He caído, Señor. Levántame y permíteme esforzarme al menos un poco, para no avergonzarme en el Juicio
Qué atroz será el miedo en aquel Día, cuando cada uno habrá de dar explicaciones por sus actos y pensamientos, incluso por lo que sus ojos hayan visto. Corrígeme, entonces, Juez mio, porque, a pesar de ser culpable, quiero arrepentirme.
¡Purifícame con Tu gracia, Padre Misericordioso; borra todas mis manchas con Tu lienzo de pureza y sana mis heridas, para agradecerle siempre a Tu gracia!
He caído, Señor. Levántame y fortaléceme, porque Tú alzas a todos los que caen. ¡Extiéndeme Tu mano y dame vida, por Tu compasión!
El enemigo me ha engañado, me ha despojado de todo lo que tenía, me ha robado, me ha dejado yermo, desnudo, sin nada. ¡Que Tu misericordia me arrope en el terrible Día del Juicio!
Qué atroz será el miedo en aquel postrero Día, cuando cada uno habrá de dar explicaciones por sus actos y pensamientos, incluso por lo que sus ojos hayan visto. Corrígeme, entonces, Juez mio, porque, a pesar de ser culpable, quiero arrepentirme.
Nuestro corazón se abatirá y se afanará eternamente cuando desaparezca todo eso que provoca el deseo perverso en nosotros, cuando cada uno se presente desnudo ante el Juicio de Dios y tenga que responder por todos sus actos.
Ese día, ¡ay de aquel que, como yo, haya cometido incontables iniquidades, ocultando sus pecados para no ser avergonzado ya en esta vida! En ese día, el del Juicio, será señalado con el dedo.
Mis faltas se han multiplicado, mis días han pasado y desaparecido, se acerca el momento del final, pero aún no me arrepiento. Si no hubiera lugar para la compasión, ¡ay de mí en el Día del Juicio!
Dichoso el que se ha sacrificado ya en este mundo, con tal de heredar el Reino en la vida eterna. A cambio de un pequeño esfuerzo, obtendrá una herencia inmensa.
El Día de Tu Juicio, Señor, no existirán privilegios: entonces cada uno será recompensado según sus actos. Quien haya actuado correctamente recibirá el Reino, pero quien haya actuado perversamente irá a los tormentos.
Ábreme la puerta de Tu compasión, Esperanza de los que se arrepienten. Extiéndeme Tu diestra y sana mis heridas y enfermedades.
Mi voluntad no se somete a la Tuya. Por eso, sométeme Tú a ella, para que pueda obtener la salvación y glorificarla, por apiadarse de quienes se arrepienten.
Recibe, oh Piadoso, mi oración de reconciliación contigo y dame, por Tu bondad, la vida, para que el astuto se avergüence al ver que Tu justicia ha sido misericordiosa conmigo.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Psaltire sau cugetări evlavioase și rugăciuni scoase din facerile Sfântului Efrem Sirul și așezate după rânduiala Psalmilor lui David, traducere de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, pp. 68-69)