¿Hemos experimentado la verdadera contrición?
¿Cómo es posible que no nos demos cuenta de esto? ¿Por qué le damos tan poca importancia a este asunto? Si en verdad entendiéramos lo que es el pecado, ¿seguiríamos siendo tan fríos?
Hay un pasaje muy importante en la obra de San Barsanufio el Grande, en el cual se nos dice que, si en verdad somos conscientes de la gravedad del pecado que nos tiene prisioneros, si rechazamos desde lo profundo de nuestra alma la oscuridad que el pecado ha traído a nosotros, vendrá el momento en que podremos llorar por nuestras faltas, no solamente con lágrimas brotadas de nuestros ojos, sino con lágrimas que manan del corazón, gracias al arrepentimiento profundo de todo nuestro ser. Así es como llegaremos a entender que no podríamos volver a ese pecado jamás. Y San Barsanufio dice que sólo en ese momento podemos considerar que nuestro pecado ha sido perdonado. Y va aún más lejos, al afirmar que si viviéramos en semejante estado, si al ver nuestros pecados en toda su fealdad nos transformáramos, si el panorama de nuestras faltas nos desagradara tanto que decidiéramos no volver a pecar, sólo entonces podríamos considerar que Dios nos ha perdonado. ¿Quién de nosotros ha vivido semejante experiencia, en relación con sus propios pecados? ¿Quién de nosotros considera el pecado como la muerte del alma, como el asesinato de nuestro semejante, como indiferencia y como participación en la muerte de Cristo? Es una pregunta sin respuesta, porque cada confesión solemos venir con los mismos pecados. ¿Cómo es posible que no nos demos cuenta de esto? ¿Por qué le damos tan poca importancia a este asunto? Si en verdad entendiéramos lo que es el pecado, ¿seguiríamos siendo tan fríos?
(De la homilía pronunciada por el Metropolitano Antonio Bloom el 30 de diciembre de 1989)