Palabras de espiritualidad

Humildad para ya no juzgar a nadie

  • Foto: Stefan Cojocariu

    Foto: Stefan Cojocariu

El que se considera uno que ha sido conedando, no tiene más tiempo para andar juzgando y condenando a sus semejantes.

“No juzguéis, y no seréis juzgados”. ¡Qué cosa tan terrible, juzgar y condenar! Todos saben que juzgar es un pecado muy grave, pero no hay nada más común en nuestras conversaciones que juzgar a los otros.

Algunos dicen: “Que Dios me perdone si estoy condenando a R., pero…”, y no se detienen, y lo condenan. Otros se justifican argumentando que cualquier persona inteligente debe asumir determinada actitud ante todo lo que ocurre y se afanan en parecer imparciales, pero es imposible que hasta el hombre más simple no advierta en las palabras de esas personas un regodeo arrogante y malicioso.

La forma en que el Señor reprueba este pecado es siempre severa y contundente. Quien juzga y condena a sus semejantes no tiene justificación. ¿Qué se puede hacer, entonces? ¿Cómo podemos librarnos de algo tan pernicioso? La respuesta es muy sencilla: sintiéndonos condenados nosotros mismos. El que se considera uno que ha sido conedando, no tiene más tiempo para andar juzgando y condenando a sus semejantes. Y sus únicas palabras serán siempre: “¡Señor, ten piedad! ¡Te pido que perdones mis faltas, Señor!”

(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Tâlcuiri din Sfânta Scriptură pentru fiecare zi din an, traducere din limba rusă de Adrian şi Xenia Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, 2011, p. 54)