Palabras de espiritualidad

Juzgar al prójimo de acuerdo a nuestros propios criterios es una muestra de orgullo

    • Foto: Bogdan Zamfirescu

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Esta forma de pensamiento, limitado y material, golpeando con dureza al semejante que ha errado, siempre lo perturba, no raras veces lo pierde, jamás produce algún beneficio y no tiene tan siquiera una pizca de poder sobre el pecado.

El individuo que es conducido por sus pensamientos perversos no podría jamás juzgar correctamente, desconociendo su propio estado espiritual y el de su semejante. Y es que lo que piensa de sí mismo y de los demás es determinado por lo que cree que es y lo que, a partir de lo que ve (exteriormente) cree que son los demás, desde luego, equivocadamente. Por eso, la Palabra de Dios llama a este tipo de personas “falsos”. El cristiano, después de haber sido sanado por la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios, adquíëre también la capacidad de conocer lo que hay en su alma y en la de su semejante.

Esta forma de pensamiento, limitado y material, golpeando con dureza al semejante que ha errado, siempre lo perturba, no raras veces lo pierde, jamás produce algún beneficio y no tiene tan siquiera una pizca de poder sobre el pecado. Al contrario, el pensamiento espiritual obra sólo sobre la debilidad espiritual del otro, apiadándose de él, sanándolo y salvándolo. Es necesario resaltar que, después de obtener ese discernimiento espiritual, las debilidades y los pecados de nuestro prójimo comienzan a parecernos insignificantes, redimidos ya por Cristo y fácilmente sanados con el arrepentimiento. ¡Y se trata de las mismas faltas y debilidades que, antes, juzgándolas con nuestro simple raciocinio “físico” nos parecían especialmente graves e importantes! Luego, es evidente que era nuestra terrenal mente la que les daba aquella magnitud y relevancia.

El pensamiento que no está vinculado a lo espiritual encuentra pecados en donde no los hay. Por eso, quienes caen presa de semejante irreflexiva exaltación, cometen a menudo el pecado de condenar a su semejante, convirtiéndose, así, en herramientas y juguetes de los espíritus del mal.

(Traducidos de: Sfântul Ignatie Briancianinov, Despre înșelare, Editura Egumenița, 2010, Galați, pp. 13-14)

 

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