Palabras de espiritualidad

La actitud de los hijos ante los vicios de sus padres

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Lo importante es arrepentirnos con él, orar con él, asumir todo con él, y decirle una y otra vez que tiene a dónde volver. Hay que ofrecerle un punto de retorno.

¿Qué es lo que combatimos, de hecho, cuando nos enfrentamos al vicio de alguno de nuestros padres, sino nuestro propio temor de no caer en el mismo problema? Nos rebelamos contra los vicios de nuestros padres, porque nos asusta tomar el mismo derrotero. Aunque no lo reconozcamos, así es como funciona ese mecanismo psicológico. Pero no debemos juzgar a nuestros padres. ¡A los padres hay que amarlos! Cuando juzgas, no encuentras soluciones. Cuando amas, el amor es la única solución. Que huele mal, a alcohol o a quién sabe qué otras cosas más —¡porque, en general, los pecados apestan! — ¡eso es solamente una opinión!

Por ejemplo, ¿qué puede hacer una muchacha para que su padre renuncie al desenfreno? Quizás parezca que no tiene cómo ayudarlo… pero puede orar, pidiéndole a Dios que su padre, en un momento dado, encuentre un apoyo tan fuerte, que logre renunciar a su falta. Aun cuando ese apoyo no sea necesariamente el de la esposa. Que alguien le ayude a entender que tiene que apartar esa debilidad. Parece algo absurdo, pero lo que les digo es que no nos queda sino la paciencia, la oración y la recuperación del individuo que se halla en una situación de resistencia en contra del Espíritu Santo. Y es que el hombre vicioso es alguien con “resistencia” al pecado. Con “resistencia” en contra del Espíritu Santo.

Lo importante es arrepentirnos con él, orar con él, asumir todo con él, y decirle una y otra vez que tiene a dónde volver. Hay que ofrecerle un punto de retorno. En cierta ocasión, alguien me dijo: “¡Padre, dejo la Iglesia!”. Le respondí: “¡Está bien, hazlo! ¡Porque, aquí, entre las puertas del altar, te estaré esperando otros veinte años! Aquí estaré cuando decidas volver...  Y si ya no estoy yo, estará el ‘Jefe’. Mira, aquí está Jesús (y le señalé el ícono). Él es todo paciencia”. No es posible cambiar la vida de los demás, empujándolos como con un tractor moral: “¡¿Qué haces, hombre?! ¡Ven aquí, ya te enseñaré yo…!”. ¡No, así no funcionan las cosas!

(Traducido de: Părintele Constantin NeculaAnatomia sufletului, Editura Agnos, Sibiu, 2015, pp. 51-53)