La alegría de comulgar del Cuerpo y la Sangre del Señor
En cada Divina Liturgia se renueva el sacrificio en memoria del Señor, quien siempre se ofrenda a Sí mismo, para santificarnos y llevarnos a Él.
El sacrificio de la Cruz es perfecto: redime para siempre al hombre. Sin embargo, el hombre lleva en sí mismo las señales de la perdición que trajo el pecado y está condicionado a la muerte. Por eso, la Santa Comunión siembra, en el corruptible cuerpo, la semilla de la resurrección, la garantía de la vida eterna, “el remedio de la inmortalidad”, de acuerdo a lo que dicen los Padres, porque el Señor nos confía, “el que coma de Mi Cuerpo y beba de Mi Sangre tendrá vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día” (Juan, 6, 54).
La Liturgia eucarística es la Liturgia de la humildad del Señor, es la Liturgia de Su amor, el testamento de Su amor por la humanidad: “Hagan esto en memoria Mía”. Y, ciertamente, en cada Divina Liturgia se renueva el sacrificio en memoria del Señor, quien siempre se ofrenda a Sí mismo, para santificarnos y llevarnos a Él.
Verdaderamente, no hay nada más importante que esto en el mundo. Es el trabajo divino, un milagro ilimitado, la piedra fundamental:
– Ves el pan y el vino, pero gustas de carne y sangre;
– Tomas una migaja y tienes el todo, completo;
– ¡Esta aquí, en este altar y al mismo tiempo en todos los altares cristianos del mundo!
La maravilla divina que tiene lugar inmediatamente después de la petición del sacerdote oficiante... ¡Dios Todopoderoso se pone a disposición del hombre! El milagro permanente, el amor sin límites y la humildad perfecta de Dios pueden ser contempladas, cada día, en el Santo Altar.
(Traducido de: Părintele Petroniu Tănase, Ușile pocăinței – meditații duhovnicești la vremea Triodului, Editura Doxologia, Iași, 2011, pp. 113-114)