La alegría espiritual es como un refulgir, como un resplandor que viene de lo profundo
Aprendemos el oficio de la alegría, aprendiendo a conocernos a nosotros mismos, de la misma manera en que Dios lo hace. Conocemos, así, quiénes somos, cómo somos y en qué nos convertiremos, por Dios. Aprendemos a devenir en eso que todavía no somos, cumpliendo Sus mandamientos, haciendo todo lo que Él nos pide, con las fuerzas y la habilidad que Él mismo nos da. ¡Sin saber quiénes somos, no podemos gozarnos de ser!
La alegría espiritual no es un sentimiento, no es obra de nuestra afectividad, sino “fruto del Espíritu”, es decir, obra del Espíritu Santo en nuestro propio espíritu. No depende de ningún suceso exterior y puede no ser advertida por nuestra afectividad psíquica. Por ejemplo, yo puedo vivir la alegría de comulgar, pero al mismo tiempo sentir tristeza porque alguien querido no está conmigo en ese momento, participando de la Divina Liturgia, o sentirme irritado simplemente por haber perdido mis guantes. Son vivencias diferentes, en niveles y profundidades distintas, en mi alma.
El hombre siente la alegría espiritual, de hecho, la única alegría verdadera, como un refulgir, como si fuera un resplandor que viene de lo profundo, acompañado de la paz y el amor por todo lo que le rodea. Cuando esa alegría es experimentada como una euforia, manifestándose con gestos y palabras exuberantes, entonces deja de ser santa, para hacerse simplemente espiritual y, paulatinamente, dejar de ser alegría.
Cuando somos principiantes en el camino de la fe, viviendo el actuar de la gracia, nos llenamos de sorpresa y de alegría, pero sin saber todavía cómo conservarlas, cómo vivirlas a nivel espiritual; al contrario, las malgastamos en lo exterior, debido a nuestro ego, que quiere dominar y controlarlo todo. Poco a poco, conforme vamos adquiriendo experiencia, aprendemos a “administrar” la gracia y a evitar “alejar el Espíritu”..
Aprendemos el oficio de la alegría, aprendiendo a conocernos a nosotros mismos, de la misma manera en que Dios lo hace. Conocemos, así, quiénes somos, cómo somos y en qué nos convertiremos, por Dios. Aprendemos a devenir en eso que todavía no somos, cumpliendo Sus mandamientos, haciendo todo lo que Él nos pide, con las fuerzas y la habilidad que Él mismo nos da. ¡Sin saber quiénes somos, no podemos gozarnos de ser!
(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Gânduri din încredinţare, Editura Doxologia, Iaşi, 2012, pp. 12-13)