La alegría, fruto del Espíritu Santo
El corazón se alegra, porque la paz, la serenidad y el sosiego reinan en él. El corazón se alegra, porque ha conocido en la fe al Señor.
¡Oh, Alegría! Palabra querida, palabra muy anhelada, palabra que tiene la fuerza de mover las almas de los hombres, palabra que demuestra el regocijo, que significa el gozo más puro, el encanto y el placer espiritual. ¡Alegría! ¿Cómo podría describir el sentimiento que despiertas en mi corazón? ¿Con qué pincel podría retratarte y de qué forma podría mostrar tu misteriosa singularidad? No hay nada en mí que pueda revelar tu misterio; no hay voz que pueda hablar de tu labor más secreta en las profundidades del corazón, mostrándose solamente al alma y haciéndola estremecerse de un inefable consuelo. La alegría deleita al alma cual bebida divina, volviéndose su más anhelado embeleso. La alegría hace que la lengua de quien está lleno de ella se endulce más que la miel; ella hace que resuenen en el corazón los cánticos que los labios son incapaces de cantar; el corazón habla y los labios callan y se realiza, en misterio, lo que está más allá de nuestra naturaleza.
El corazón se alegra, porque el amor de Dios mora en él. El corazón se alegra, porque se siente lleno del más deseado bien. El corazón se alegra, porque ha recibido la silenciosa certeza de que Dios le ama. El corazón se alegra, porque la paz, la serenidad y el sosiego reinan en él. El corazón se alegra, porque ha conocido en la fe al Señor. El corazón se alegra, porque se ha confiado a la esperanza de las bondades futuras. El corazón se alegra, porque en el amor ha conocido al Señor que vive en él.
¡Oh, santa alegría! ¡Oh, alegría, gozo y degustación del Paraíso! ¡Oh, alegría, que nos anuncias la dulzura más inefable! A ti te anhelo, a ti te busco, y obteniéndote como garantía en este mundo, sea que te conozca también en los Cielos, allí en donde se escucha el incansable canto de aquellos que te honran, allí en donde está el indescriptible placer de quienes ven la inexpresable belleza de Dios. ¡Amén!
(Traducido de: Monahul Teoclit Dionisiatul, Sfântul Nectarie din Eghina - Făcătorul de minuni, Editura Sophia, p. 215)