Palabras de espiritualidad

La clave de la vida espiritual es la oración

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Viendo nuestra humildad, el Señor nos envía la Gracia, y después la oración viene sola, con facilidad. 

Oremos a Dios con las manos abiertas. Este es el secreto de los santos. Una vez extendían las manos, la Gracia descendía sobre ellos. Los Padres de la Iglesia practicaban la “Oración de Jesús”: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”, sabedores de todos sus beneficios. Y es que la clave de la vida espiritual es la oración. Pero no hay nadie que pueda enseñarnos la oración: ni los libros, ni el stárets, nadie. El único maestro es la Gracia Divina. Si les dijera que la miel mana y es dulce, no lo entenderían, si no la han gustado jamás. Lo mismo ocurre con la oración. Si dijera: “la oración es esto y aquello, y se siente así”, nadie lo entendería ni podría orar, “si no es en el Espíritu Santo” (I Corintios 12, 3).

Solamente el Espíritu Santo, únicamente la Gracia puede inspirar la oración. “Rezar” no es difícil, pero orar correctamente sí lo es, porque hay que enfrentar la oposición de nuestro viejo “yo”. Si no penetramos en la atmósfera de la Gracia, no podremos orar. ¿Nos entristecemos cada vez que oímos una palabra ofensiva, y cada vez oímos una buena palabra, nos alegramos y refulgimos? Si nuestra respuesta es afirmativa, estamos demostrando que no estamos preparados, que no tenemos las bases de la humildad y el amor, y así es como se origina la aversión. Para “entrar en forma”, hay que empezar con la obediencia. Primero hay que entregarse a la obediencia, para que luego venga la humildad. Viendo nuestra humildad, el Señor nos envía la Gracia, y después la oración viene sola, con facilidad.

(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003,  p. 203)