Palabras de espiritualidad

La contrición como escuela de Cristo

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Aún nos resulta asombroso que, para una labor de tal envergadura, Él viene y llama a un grupo de simples pescadores, llevándolos a transformar el mundo, a vencer reinos enteros e imperios de idólatras...

Viendo frustrados sus intentos por embaucar a Jesús, el demonio se apartó de Él. Desde luego, más tarde trataría nuevamente de tentarle, en Su obra de salvación y en Su drama divino, entrando sea en Su discípulo Judas, para inducirlo a traicionarle, o en Caifás y Anás, o en los escribas y fariseos, para que le crucificaran, o atacándolo directamente a Él, para destruir Su labor divina. Cristo, fortaleciéndose como hombre, teniendo la conciencia plena de ser el Salvador del mundo, después de Su victoria contra el maligno, procedió a continuar con Su obra. Empezó a divulgar Su enseñanza divina, el Evangelio. En primer lugar enseñó lo que es el arrepentimiento, es decir, la transformación de la vida, una transformación profunda, ontológica, existencial y no superficial ni ocasional. Él pide una contrición cristocéntrica, es decir, la transformación de la vida, para que tenga como centro a Cristo mismo, el Dios-Hombre, y no cualquier fariseísmo o extrañas hipocresías religiosas. Esta transformación hará que el alma del hombre sea iluminada por el Espíritu Santo.

En general, la vida de cada persona contrita será “la luz de Cristo en el mundo”, sin embargo, todo trabajo minucioso necesita de una colaboración eficaz y de un plan bien estructurado, para alcanzar el éxito al ser puesto en acción. Así, desde los primeros pasos de Su actividad pública, Cristo empieza a reunir a Sus siervos, futuros puntales de Su Iglesia. Esto es fundamental para Su misión de salvación del mundo. Así, Él los llama a Su lado, para “formarlos”, para transformarlos, para santificarlos y enviarlos a todas partes a que prediquen y enseñen el Evangelio. Aún nos resulta asombroso que, para una labor de tal envergadura, Él viene y llama a un grupo de simples pescadores, llevándolos a transformar el mundo, a vencer reinos enteros e imperios de idólatras, a entrar en la mente de los sabios y los más importantes del mundo. Parece inconcebible para nuestra lógica humana, pero es real. Y aún más sorprendente resulta que su misión haya tenido un éxito tan rotundo. Con el don de Cristo, los ingenuos se hicieron sabios, los sencillos ilustrados y los débiles poderosos, convirtiéndose en “iluminadores del mundo”, en sus guías.

(Traducido de: Arhimandritul Timotei Kilifis, Hristos, Mântuitorul nostru, Editura Egumeniţa, 2007, pp. 69-70)