La cruz de la depresión
¡Qué gran consuelo representa entender que tu desánimo es el fruto no reconocido del arrepentimiento, un auto-castigo inconsciente por la ausencia de los frutos que se nos piden…!
La madre María (de Gátchina) vivía en una casita de madera, en las afueras de la ciudad. En marzo de 1927, fui a visitarla por primera vez. Mientras esperaba que llamaran para entrar a hablar con ella, me puse a examinar las numerosas fotografías que había en la antesala, pero hubo dos que atrajeron especialmente mi atención: la primera, del Metropolitano Benjamín de Petrogrado (nuevo mártir), y la segunda, del Metropolitano José (quien pronto habría de convertirse en la cabeza del movimiento “Josefita”). La fotografía de este último tenía una emotiva dedicatoria para la madre María, citando un párrafo entero de su obra “Abrazando al Padre”. Por su parte, en la fotografía del Metropolitano Benjamín aparecían estas palabras manuscritas: “Para la profundamente respetada y sufriente madre María, quien, entre tantas almas desconsoladas, supo reconfortarme a mí también, a pesar de que no soy sino un pecador…”.
Tuve también la bendita posibilidad de presenciar la manifestación del milagro de sanación de las almas tristes y acongojadas. Un joven que había caído en la desesperanza luego del arresto y exilio de su padre, quien era sacerdote, partió de la casa de la madre María con el alma llena de alegría, sonriendo, decidido a hacerse diácono. De igual forma, una joven mujer que sufría por causa de la tristeza, al salir parecía llena de luz, decidida a hacerse monja. Un hombre ya mayor, quien vivía sumido en la tristeza desde la muerte de su hijo, salió de la casa de la madre María con la frente en alto y rebosante de coraje. Una anciana, quien, al entrar, lo hizo llorando profusamente, al salir se veía apacible pero también llena de firmeza.
Cuando llegó mi turno de entrar, le conté a la madre María que a menudo era presa de una terrible depresión, incluso durante semanas enteras, sin poder encontrar un solo modo de librarme de ella.
“La depresión es una cruz espiritual”, me dijo ella. “Y es enviada para ayudar al penitente que no sabe arrepentirse, es decir, a aquel que, después del arrepentimiento, vuelve a caer en los pecados de antes… En consecuencia, solamente hay dos medicamentos para tratar este sufrimiento del alma, que a veces se convierte en un atroz tormento. ¿Cuáles son? El cristiano tiene que aprender a arrepentirse y a dar frutos de contrición. O, si esto no es posible, tiene que cargar con esta cruz espiritual, la depresión, con humildad, sumisión, paciencia y agradecimiento a Dios, recordando siempre que cargar con esta cruz es algo que el Señor considera fruto del arrepentimiento… Y, finalmente, ¡qué gran consuelo representa entender que tu desánimo es el fruto no reconocido del arrepentimiento, un auto-castigo inconsciente por la ausencia de los frutos que se nos piden…! Partiendo de este pensamiento, tienes que llegar a la contrición y, después, la depresión se irá disipando poco a poco, y los verdaderos frutos de la contrición empezarán a brotar”.
Estas palabras de la madre María fueron, literalmente, como una cirugía para mi alma, extirpando el horrendo tumor espiritual que había empezado a crecer ahí… Y, al salir, yo era otra persona.
(Traducido de: Ivan Andreev, Sfinții Catacombelor Rusiei. Viețile noilor mucenici, Traducere din limba engleză de Alina Aursulesei, București, 2015, pp. 69-70)