Palabras de espiritualidad

La diferencia radical entre la “Oración de Jesús” y los métodos místicos orientales

  • Foto: Doxologia

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En la “Oración de Jesús” subyace la fe en el Dios que creó al mundo y que lo ama y gobierna.

En la “Oración de Jesús” subyace la fe en el Dios que creó al mundo y que lo ama y gobierna. Él es un Padre amoroso que quiere salvar a Su creación. La salvación se obtiene en Dios. Por este motivo, cuando oramos, le imploramos diciendo: “¡Ten piedad de mí!”. La autoredencón y la autodeificación son cosas ajenas a aquel que practica la “Oración de Jesús”, porque en ello consistió el pecado de Adán. Él quiso ser Dios, desconsiderando el plan que Dios le había trazado. La salvación no se puede alcanzar por medio de nosotros mismos y no “proviene de nosotros mismos”, como pretenden los sistemas filosóficos humanos, sino que se consigue en Dios.

2. Las palabras de la “Oración de Jesús” comprenden la conciencia de la presencia de Dios y del propio estado de pecador, y la necesidad de la misericordia de Cristo. Ellas manifiestan la relación de dependencia de la persona humana con la piedad amorosa de la Persona Divina, y no la dependencia de una fuerza (energía) impersonal, como en la mística de otras creencias. Nosotros no luchamos para encontrarnos con un Dios impersonal, por medio de la “Oración de Jesús”. Tampoco buscamos elevarnos hacia la nada absoluta. Nuestra oración se dirige al Dios Personal, al Dios-Hombre, Jesús, por eso es que decimos: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios”. La naturaleza divina y humana se encuentran en Cristo. En otras palabras, “en Él reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente” (Colosenses 2, 9). Así, la antropología y la soteriología cristianas, en el monaquismo ortodoxo, se hallan estrechamente vinculadas a la cristología. Nosotros amamos a nuestro Señor Jesucristo y guardamos Sus mandamientos. Le damos una gran importancia a este aspecto. Ciertamente, insistimos mucho en el cumplimiento de los mandamientos de Cristo. Él Mismo nos dijo: “Si me amáis, guardaréis Mis mandamientos” (Juan 14, 15). Amando a Cristo y guardando Sus mandamientos, nos unimos a la Santísima Trinidad entera.

3. No alcanzamos un cierto estado de orgullo por medio de la oración incesante. Los sistemas filosóficos orientales buscan el enaltecimiento del ser (a través del amor a sí mismo y, por ende, de la vanidad). Los cristianos ortodoxos alcanzan el bendito estado de la humildad, por medio de la “Oración de Jesús”. Decimos “ten piedad de mí” y nos consideramos peores que todos los demás. No despreciamos a ninguno de nuestros hermanos. Aquel que practica la “Oración de Jesús”, es ajeno a cualquier forma de orgullo, porque el orgulloso es un necio (Salmos 13, 1).

4. Nuestra salvación no es una noción abstracta, porque es unión con el Espíritu Santo, con Cristo, con Dios, con la Santísima Trinidad. Sin embargo, esta unión no borra nuestra parte humana. No somos integrados (disueltos, diluidos), desde que también somos personas.

5. En la medida en que se desarrolla nuestra oración, alcanzamos la capacidad de ver y reconocer nuestras faltas, distinguiendo también los movimientos de los demonios; al mismo tiempo, podemos ver la obra de Cristo. Podemos, así, distinguir los espíritus. Reconocemos, de esta forma, el actuar del maligno, que muchas veces se transmuta incluso en un ángel de luz. Distinguimos, así, el bien del mal, lo creado de lo no creado.

6. La lucha por la “Oración de Jesús” está vinculada a la purificación, del alma y el cuerpo, de los terribles rastros de las pasiones. No apuntamos a la apatía estoica, sino que nos esforzamos en alcanzar el estado de pureza en acción, es decir que no deseamos la mortificación de las pasiones, sino su transformación. Si no nos purificamos, no podríamos amar a Dios y alcanzar la salvación. Pero, debido a que este amor fue pervertido y deformado, nosotros nos esforzamos en transformarlo. Luchamos para transformar los estados perversos que el demonio ha creado en nosotros. No es posible que nos salvemos, si antes no libramos esta lucha personal, con el auxilio de la Gracia de Cristo. De acuerdo a San Máximo el Confesor: “La lucidez espiritual sin la purificación del corazón es la teología de los demonios”.

7. Nosotros, los cristianos ortodoxos, no intentamos dirigir nuestra mente hacia la nada absoluta, por medio de la “Oración de Jesús”, sino hacerla descender al corazón y lograr que la Gracia de Dios venga a nuestra alma, para que luego se irradie a todo el cuerpo. “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (Lucas 17, 21). De acuerdo a la doctrina de la Santa Iglesia Ortodoxa, el cuerpo no es malo por sí mismo, sino que lo malo es nuestra forma de pensar, que es también carnal. No se trata de intentar librarrnos del atuendo de nuestra alma, como pretenden algunos sistemas filosóficos, sino de buscar la forma de salvarlo. Además, la salvación significa la redención del hombre entero, es decir, de su cuerpo y de su alma. No tenemos como propósito la destrucción del cuerpo, sino la lucha por deificarlo. Tampoco buscamos la destrucción de la vida, ni aspiramos llegar ahí en donde la vida no es deseada, con tal de dejar de sufrir. No, nosotros practicamos la “Oración de Jesús” porque estamos sedientos de la vida eterna y queremos vivirla eternamente con Dios.

8. No somos indiferentes al mundo que nos rodea. Los sistemas filosóficos orientales evitan enfrentar los problemas de los hombres, para poder mantener su paz (¡e indiferencia!). Nosotros oramos incesantemente por todos. Somos mediadores por el mundo entero. Aún más: nuestra salvación significa la unión con Cristo, mientras nos hallamos en comunión con otros, a quienes ayudamos en el camino de la salvación. No es posible salvarnos por nosotros mismos. Una alegría que se limita solamente a uno, sin compartirse con los demás, no es una alegría verdadera, sino egoísmo.

9. No le otorgamos mucha importancia a las técnicas psicosomáticas y a las distintas posturas del cuerpo. Simplemente consideramos que algunas de ellas ayudan a concentrar la mente en el corazón, cosa que también es posible lograr sin dichas técnicas.

(Traducido de: Cleopa Paraschiv, Arhim. Mina Dobzeu, Rugăciunea lui Iisus, Editura Agaton, Colectia „Rugul aprins”, Făgăraș, 2002)