La ecuanimidad de los santos
Los santos aman a las personas no por su belleza, su riqueza, su inteligencia o cualquier otro don natural, sino por sus virtudes espirituales, porque en estas se conoce la imagen de Dios.
Los santos se comportaban de forma ecuánime con todas las personas. Sobre Pinemo el Grande se dice que no le abrió la puerta a su propia madre ni quiso interceder por su sobrino, cuando este fue acusado injustamente. Los santos no hacían diferencias de ninguna clase y se cuidaban de demostrar sus simpatías, para no tentar a los más débiles. Cuando los emisarios del arzobispo Teófilo fueron a preguntarle si podía recibirlo, el Venerable Arsenio el Grande respondió: “Díganle que, si le abro la puerta a Teófilo, tendré que abrírsela a todo el mundo. Y si le abro la puerta a todo el mundo, tendré que irme de estos parajes. Así pues, que él mismo decida si viene o no”. Y el anciano Teófilo decidió que era mejor no ir a buscar al santo, sabiendo que su visita podría provocar que este se fuera de allí. Vemos, así, que los santos ponían en el mismo nivel a los jerarcas de la Iglesia y a las demás personas, entendiendo que a todos les debemos el mismo amor y no podemos hacer diferencias.
Desde luego que esto no significa que los santos no tuvieran discípulos o amigos ascetas por quienes sentían un afecto especial. Pero ese amor no implicaba que los prefirieran a otros, sino que veían en ellos sus virtudes divinas. Y es que los santos aman a las personas no por su belleza, su riqueza, su inteligencia o cualquier otro don natural, sino por sus virtudes espirituales, porque en estas se conoce la imagen de Dios, y ellos aman todo lo que les recuerda a Dios y los lleva a Él.
(Traducido de: Ieromonahul Savatie Baștovoi, A iubi înseamnă a ierta, ediția a doua, Editura Cathisma, București, 2006, pp. 123-124)