El pecado apartó al hombre de Dios, pero no a Dios del hombre. El vínculo de Dios con el hombre no cambió. Él es amor, es eterno e inmutable. Y, a cambio de la fe y el amor que el hombre perdió, Él le dio la esperanza. Con esperanza ha vivido todo hombre hasta el día de hoy: la esperanza es eso que lo sostiene.

En todo el Antiguo Testamento podemos ver cómo Dios auxilia al hombre, lo ayuda a crecer y le enseña el camino a seguir: los ángeles son enviados para que desciendan y materialicen la virtuosa escalera que lleva de la tierra al Cielo. El ser humano, tan lleno de debilidad, se corrompió, por eso es que Dios quiere que sane con la plenitud de Su amor, con la esperanza.

(Traducido de: Tito Colliander, Credința și trăirea ortodoxiei, traducere de Părintele Dan Bădulescu, Editura Scara, București, 2002, p. 8)