La extraordinaria fuerza de la obediencia
Juan partía de noche y regresaba por la mañana con un poco de agua, porque el manantial más próximo quedaba a una distancia considerable. Y regaba con perseverancia aquel trozo de leña, sin lamentarse...
Obediencia, hijo. Cuando le dices algo a alguien y él va y hace lo que le apetece, eso no es obediencia, sino insolencia. ¿Te acuerdas de San Juan Colobos, del Paterikón? Se hizo discípulo del abbá Siluano. El anciano le dijo:
—Ven aquí, hermano.
Y fue, justamente para crucificar su voluntad.
—¿Practicas la obediencia?
—Así es, padre.
El anciano tomó un trozo de leña seca y lo introdujo en la arena.
—¡Entonces, hermano, empieza a traer agua y riega este pedazo de leña, hasta que empiece a reverdecer y dar frutos!
Así lo hizo Juan. Partía de noche y regresaba por la mañana con un poco de agua, porque el manantial más próximo quedaba a una distancia considerable. Y regaba con perseverancia aquel trozo de leña, sin lamentarse ni preguntarse: “¿Esto es lo que debe hacer un stárets? ¿Ponerme a regar un pedazo de madera? ¡En verdad que no está bien de la cabeza!”. No, nunca perdió la esperanza. “Si el padre me pidió que hiciera esto, lo seguiré haciendo hasta lograr que este madero reverdezca”.
Tres años estuvo el pobre acarreando agua. Algunos le preguntaban:
—¿Qué estás haciendo, hermano?
—¡Riego este árbol para que dé frutos!
Y se burlaban de él, diciendo: “¡Este está loco! ¡Está regando un leño seco!”. ¡Pero qué milagro tenía preparado Dios! Luego de tres años, aquel trozo de leña echó raíces en la arena y, creciendo, llego a ser un robusto manzano. Viendo esto, el stárets tomó algunos frutos en su hábito y se los llevó a los demás monjes, anunciándoles:
—¡Tomen, hermanos, y coman de los frutos de la obediencia del hermano Juan!
¿Has visto los prodigios que puede obrar la obediencia? Pero, obediencia no es eso de: “Ya voy... o mejor no voy, o talvez sí... Lo haré, mejor no lo haré... mejor que lo haga otro”. Debemos pensar: “Tengo que ser capaz de hasta morir por Cristo. ¡Si se me pidió hacer esto, esto haré! ¡Mi opinión no importa! Estoy cumpliendo con mi obediencia. ¡Si me sale bien, bien! Si no, sólo soy un pecador. ¡Yo solamente cumplo con mi deber! Dios sabe por qué salió mal”. Porque no eres tú el que responde por esos actos de obediencia, sino aquel que te los impuso. En esto consiste, valga repetirlo, la obediencia, en actuar sin murmurar, sin quejarte, sin oponerte en tu mente, como si tú mismo supieras lo que debes hacer, como si tú entendieras mejor las cosas que tu stárets.
(Traducido de Ne vorbește Părintele Cleopa, vol. 10, ediţia a II-a, îngrijită de Arhimandrit Ioanichie Bălan, Editura Mănăstirea Sihăstria, Vânători–Neamț, 2004, pp. 78-79)