Palabras de espiritualidad

La fe nos ayuda a percibir lo que no se puede ver con los ojos

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

Translation and adaptation:

Avivando tus dudas, te ha llevado a la desconfianza en su existencia. No hay otra cosa en la que más se esmere el maligno, que en esconderse y pasar desapercibido.

“Pero ¿existen los demonios?”, preguntan algunos. “¿No son sólo como representaciones del mal que hay en el mundo?”.

La Iglesia de Cristo, basándose en la divina revelación (Job 1, 6; Marcos 1, 23; Apocalipsis 20, 10) y en lo establecido por los Santos Padres, nos confirma la existencia de los demonios, llamados también “espíritus malignos” o “diablos”. Al igual que los ángeles, los espíritus malignos son seres espirituales, invisibles y dotados con inteligencia, quienes se apartaron del bien al utilizar de forma pérfida la libertad que Dios les concedió, originando, así, el mal en el mundo.

El hombre que cree en Dios, a Quien no puede ver, también tiene que creer en el mundo invisible, en donde hay tanto ángeles como demonios, porque, aunque no se les puede ver, sí que existen.

La fe, este maravilloso “aparato” espiritual instalado en nosotros de una forma que no podemos entender, los capta del mismo modo en que radiorreceptor capta las ondas electromagnéticas, imposibles de “sintonizar” sin su ayuda, esas ondas que antes de la invención del radio se creían inexistentes. Pero ¡he aquí que “esas cosas que parecía que no existían”, de hecho, sí que lo hacen! ¡Ahora sabemos que esas ondas, que rodean al mundo entero sin que podamos verlas, son verdaderas!

Lo mismo ocure con la fe, que “capta” las ondas del mundo espiritual y nos convence plenamente de la existencia de los ángeles y los demonios. El Santo Apóstol Pablo da una definición clásica de la fe: “La fe es la certeza de lo que no se ve” (Hebreos 11, 1).

Un joven le confesó al hieromonje Zósimo, un conocido asceta ruso y sabio preceptor espiritual del siglo XlX, que no creía en la existencia de los demonios. “Perdóneme, padre, pero no estoy convencido de la existencia de esas monstruosas apariciones diabólicas, de las cuales tanto se habla en las vidas de los santos, y a las que he conocido a partir de un sinfín de relatos. Para creer en algo así, tendría que ver con mis propios ojos al mismísimo demonio, con todo eso que lo hace atroz y repugnante. Con este propósito, una noche oré pidiéndole a Dios que me ayudara, y al terminar evité hacerme la Señal de la Cruz. Después de esto me tendí en mi lecho, esperando cualquier aparición, hasta quedarme dormido. Pero, ni estando despierto ni en mis sueños experimenté alguna visión terrorífica”.

Al escuchar estas palabras, el padre Zósimo dijo: “¡Precisamente con eso, rechazando mostrarse ante ti, el demonio te venció con su astucia! Piénsalo bien: ¿para qué habría querido aparecerse ante ti? ¿Qué podría haber ganado con esto? Solamente asustar tu joven corazón. Entonces, lleno de miedo, habrías empezado a orar y a invocar el auxilio de Dios, y el demonio, viéndose así vencido por un joven como tú, se habría llenado de vergüenza. Pero, escondiéndose de ti, mucho es lo que ha ganado. ¿Cómo? Avivando tus dudas, te ha llevado a la desconfianza en su existencia. No hay otra cosa en la que más se esmere el maligno, que en esconderse y pasar desapercibido. ¡Porque es muy poco peligro el que representa cuando lucha abiertamente, en tanto que con su lucha invisible a muchos los lleva a la perdición!”.

(Traducido de: Arhimandritul Serafim AlexievViața duhovnicească a creștinului ortodox, Editura Predania, București, 2010, pp. 10-11)