Palabras de espiritualidad

La forma más sencilla de orar con perseverancia

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

“Si el hombre se acostumbra a repetir diariamente sus oraciones, así sea unas pocas veces, poco a poco su corazón empezará a endulzarse y a esperar con impaciencia el momento de empezar a orar”.

Poco antes de 1980, un joven juez visitó al stárets Efrén de Katunakia. Lo encontró en la cocina, trabajando en sus manualidades.

El joven hizo una inclinación ante él y se sentó a su lado, sobre una caja de madera.

—¿En que te puedo ayudar, hijo? —preguntó el anciano, fijando su penetrante mirada en el muchacho.

—Tengo problemas, padre, distintos problemas.

—¿Cada cuánto te confiesas?

—Padre… yo no me confieso.

—¡Entonces es normal que tengas problemas!

—Padre ¡es que yo no tengo nada que deba confesar!

—Yo te diré qué debes confesar. ¿Después irás a buscar a tu confesor? ¿Sí? Bien, empecemos: hoy viste a una chica en el camino, y tuviste algunos pensamientos impuros con ella. ¿Qué me dices?

—¡Está bien, padre, iré a confesarme!

Después de hablar un poco más con el stárets, se fue. Volvió unos meses después.

—¡Bienvenido, Eutimio! ¿Te confesaste?

–—Sí, padre.

—¿Te dio el padre su aprobación para que comulgues?

—Me dijo que puedo comulgar cada quince días.

—¡Muy bien!

“Me di cuenta de que no tenía problemas graves”, relataba el stárets. En un momento dado, el joven juez le dijo que había algo que le preocupaba mucho: debido a que siempre estaba ocupado con las cosas de su trabajo, casi no tenía tiempo para orar. Sonriendo, el stárets le dijo:

—Te voy a enseñar cómo orar, y luego tú me dirás si lo puedes hacer o no.

El padre Efrén dejó sus manualidades, se levantó y, acercándose al lavamanos, dijo:

—Pensemos que es de mañana y te acabas de despertar.

Diciendo esto, el stárets abrió la llave del agua y con movimientos simples empezó a lavarse las manos y la cara, repitiendo con una voz dulce y suplicante: “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!”.

Al terminar, tomó una toalla y comenzó a secarse, mientras repetía la misma oración. Después se volvió hacia el muchacho, y le preguntó:

—¿Podrás hacer lo mismo?

—¡Padre, por favor…! ¡Claro que sí!

—Pero, atención: debes hacerlo todos los días, sin excepción, porque San Isaac el Sirio dice. “Una fuerza muy grande se esconde en nuestras pequeñas pero perseverantes acciones”.

Después, sentándose y disponiéndose a continuar con sus manualidades, agregó:

—Una cosa más: ¿hay algún ícono de nuestro Señor Jesucristo o de la Madre del Señor en la sala de audiencias en donde trabajas como juez?

—Sí, padre, hay uno.

—Muy bien. Antes de empezar cada audiencia, cada proceso, dirígete al ícono y di: “Oh, Cristo mío, ilumíname para no ser injusto con ninguna de estas personas”. ¿Podrás hacerlo?

—Sí, padre.

—Eutimio, no necesitas ser un juez hecho y derecho para poder hablar con Dios —concluyó el stárets, sonriendo con afabilidad.

A las demás personas que venían a buscarlo y le decían que no tenían tiempo para orar, el padre les aseguraba: Si yo, en la serenidad de Katunakia, hago cien oraciones al día, y ustedes, en el bullicio de la ciudad y en medio de todas sus ocupaciones laborales y familiares hacen tres, estamos a mano”.

Le pregunté si no eran muy pocas oraciones para los laicos, pero el me respondió: “Si el hombre se acostumbra a repetir diariamente sus oraciones, así sea unas pocas veces, poco a poco su corazón empezará a endulzarse y a esperar con impaciencia el momento de empezar a orar. Y, cuando el corazón del que ora se endulza con la oración, cada vez querrá orar más y más”.

Ese es el mismo consejo que recibió el joven juez, quien poco a poco empezó a amar más y más la oración, de manera que un buen día vino a pedirle su bendición al stárets para hacerse monje en el Santo Monte Athos, cosa que, felizmente, ocurrió poco tiempo después.

 (Traducido de: Ieromonahul Iosif Agioritul, Stareţul Efrem Katunakiotul, traducere de Ieroschim. Ştefan Nuţescu, Schitul Lacu-Sfântul Munte Athos, Editura Evanghelismos, Bucureşti, 2004, pp. 143-146)