La fuerza de las oraciones maternas
Santa Mónica le pidió a Dios que su hijo pudiera librarse de la ceguera espiritual en la que había caído, y que llegara a ser un hombre íntegro y fiel a Cristo.
La madre ama al hijo o a la hija que ha desviado su camino, aún más que a sus otros hijos obedientes y sumisos. ¡Sólo Dios sabe cuántas fervientes oraciones, desde lo más profundo de su corazón, eleva la madre por ese hijo perdido y lo infinita que es su capacidad de perdonar!
Las madres que buscan el salvación de sus hijos, no sólo de las circunstancias exteriores, sino también de toda perdición espiritual, deben conocer la historia de Santa Mónica. Su hijo, un vigoroso joven, durante muchos años se sumergió en una forma de vida completamente opuesta a la moral cristiana, cayendo en incontables faltas. Ella, que le amaba muchísimo, sufrió mucho por los desmanes que aquel cometía, considerando que la perdición espiritual en la que había caído era aún peor que la muerte. Con toda la fuerza de su sufriente corazón, Santa Mónica le pidió a Dios que su hijo pudiera librarse de la ceguera espiritual en la que había caído, y que llegara a ser un hombre íntegro y fiel a Cristo. Pasaron algunos años y el estado espiritual de Agustín (†430) seguía siendo decepcionante. Pero Santa Mónica no se dio por vencida. Oró con mucha más devoción, elevando con fuerza sus súplicas hacia un Cielo que parecía sordo. Finalmente, el milagro ocurrió: la vida de su hijo cambio y la Iglesia ganó un enorme padre y maestro, el Feliz Agustín.
(Traducido de: Cum să ne purtăm cu fiica adolescentă – Sfaturi pentru părinţi, traducere din limba rusă de Gheorghiţă Ciocioi, Editura de Suflet, Bucureşti, pp. 64-65)