Palabras de espiritualidad

La fuerza que hay en el alma

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

No llegaremos a santos persiguiendo el mal. Dejemos el mal. Miremos a Cristo y Él nos salvará. En vez de estar afuera de las puertas, atentos al mal, es mejor despreciarlo, ignorarlo.

Volvámonos seres llenos del Espíritu Santo. En esto consiste la esencia de la vida espiritual. Y esto es una destreza, el oficio de los oficios. Abramos nuestros brazos y arrojémonos a los de Cristo. Cuando venga Cristo, habremos ganado todo. Él transformará todo lo que hay en nuestro interior. Nos traerá paz, alegría, humildad, amor, oración, enaltecimiento. La Gracia de Cristo nos renovará. Si volvemos a Él con añoranza, con fervor, con entrega, con amor, Cristo nos dará todo.

Sin Cristo, es imposible enmendarnos o romper con nuestras pasiones. Solos, no nos podemos volver buenos. “Sin Mí nada podéis hacer” (Juan 15, 5). Por más que nos esforcemos, nada podríamos conseguir. Sólo hay una cosa que debemos hacer: volver a Él y amarle con toda el alma (Marcos 12, 30). La mejor medicina para las pasiones es el amor de Cristo. Dios puso en el alma del hombre un poder, y sólo de él depende cómo utilizarlo, para bien o para mal. Si asemejamos ese poder con el agua, el bien con un jardín lleno de flores, árboles y pasto, y al mal con un jardín de espinas, podría suceder lo siguiente: cuando regamos el jardín florido, todo se vigoriza y vuelve a la vida. Al mismo tiempo, las espinas, al quedarse sin agua, se secan y mueren. Y viceversa.

No es necesario, entonces, preocuparnos por las espinas. No nos dejemos atrapar por el mal. Así nos quiere Cristo, sin preocuparnos por las pasiones y el maligno. Lo mejor es dirigir el agua, es decir, la fuerza de nuestra alma,.a las flores, y así nos gozaremos de la belleza, el aroma y la frescura que ellas nos regalan. No llegaremos a santos persiguiendo el mal. Dejemos el mal. Miremos a Cristo y Él nos salvará. En vez de estar afuera de las puertas, atentos al mal, es mejor despreciarlo, ignorarlo. ¿Nos acecha con toda su potencia? Ofrezcámosle toda nuestra fuerza interior al bien, es decir, a Cristo. Oremos. “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!”: Él sabe cómo apiadarse de nosotros, en qué forma. Y, cuando nos llenemos de bien, no nos volvamos hacia el mal. Hagámonos, por la Gracia de Dios, buenos. ¿En dónde podría caber el mal, entonces? ¡Se desvanece!

(Traducido de: Părintele Porfirie, Ne vorbește părintele Porfirie, Editura Egumenița, p. 226-227)