Hay quienes dicen que los monjes tienen que dedicarse a servir a la gente y “no comer gratuitamente el pan del pueblo”. Por eso, considero imperativo entender correctamente en qué consiste la labor de los monjes y cuál es la ayuda que aportan al mundo.

El monje ora por todo el mundo, llora por el mundo entero. Esa es su labor principal.

Pero ¿quién lo obliga a llorar por todo el mundo?

Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Él le da al monje el amor del Espíritu Santo, y con ese amor es que el monje siente compasión por la humanidad, porque no todos se salvarán. Tanto se entristeció nuestro por la humanidad, que se entregó a Sí Mismo a la muerte en una cruz. La Madre del Señor cobijó en su corazón esa misma tristeza por la humanidad, al igual que su Hijo muy Amado, anhelando hasta el final la salvación de todos los hombres.

Ese mismo Espíritu Santo recibieron los apóstoles y los santos de todos los tiempos. En esto radica nuestro servicio a los demás. Por tal razón, ni los pastores de la Iglesia ni los monjes tienen que ocuparse con cosas mundanas, sino imitar el ejemplo de la Madre del Señor, la cual, hallándose en el templo, en el Santo de los Santos, meditaba día y noche sobre la ley de Dios, perseverando en la oración por sus semejantes.

(Traducido de: Cuviosul Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, Sibiu, 2000, p. 156)