La Gracia Divina desciende sobre la mente pura
“La mente alimenta el alma. Todo lo que ve o escucha, bueno o malo, lo hace descender al corazón, que es el centro de los poderes espirituales y físicos del hombre”.
En lo que concierne a la mente que se dispersa al orar, el anciano Jerónimo decía: “No es importante que la mente huya una y otra vez lejos de la oración y de las palabras que pronunciamos. ¡Nosotros somos lo que no tenemos que dispersarnos! La mente ya volverá a su lugar. De hecho, la mente es como un polluelo. Corre de un lado para otro y no permanece junto a su madre, que está siempre en el mismo sitio. Pero, cuando se cansa, viene a descansar y a dormir junto al seno materno”.
Al orar, nuestra mente suele ser visitada por imágenes de distintas personas. El anciano de Egina aconsejaba: “Si una persona, sea quien sea, se interpone entre ti y Cristo, rechaza inmediatamente esa imagen. Porque está usurpando tu mente, la cual debe estar dirigida enteramente a Dios”.
Acerca de la acción de la mente, el anciano José decía: “La mente alimenta el alma. Todo lo que ve o escucha, bueno o malo, lo hace descender al corazón, que es el centro de los poderes espirituales y físicos del hombre”.
El mismo anciano decía de la mente: “Cuando la mente del hombre se purifica y se ilumina —porque ella tiene su propia iluminación, independiente de la Gracia Divina, con la ayuda de la cual, como dicen los Santos Padres, ella puede ver más lejos que los demonios— recibe, además, la iluminación del don de Dios, al punto en que viene a morar en ella y le concede determinadas visiones y contemplaciones. Si el hombre tiene el deseo de ver y aprender lo que le interesa, puede pedir esto en sus oraciones. Y la Gracia actuará para concederle su petición”.
(Traducido de: Î.P.S. Andrei Andreicuţ, Mai putem trăi frumos?, Editura Renaşterea, Cluj-Napoca, 2012, pp. 105-106)