La Gracia Divina y la Liturgia
Con el sacrificio litúrgico, el Espíritu Santo transforma gratíficamente el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor,
La Divina Liturgia repite íntegramente —pero de forma incruenta— el sacrificio del Señor con Su muerte en la Cruz del Gólgota, para la salvación del mundo. El sacrificio del Hijo de Dios —con el derramamiento de Su purísima Sangre— tuvo lugar solamente una vez, cuando se hizo crucificar voluntariamente. Desde entonces, en memoria del sacrificio en la Cruz, se oficia diariamente el Sacrificio Litúrgico, como dije, sin derramamiento de sangre, de forma mística, cuando, por la acción del don del Espíritu Santo, el pan y el vino se convierten, en el Santo Altar, en el Cuerpo y la Sangre del Señor, que se imparten a quienes sean dignos de recibirlos, para el perdón de los pecados y la salvación del alma.
La Divina Liturgia une cielos y tierra, a los ángeles y a los santos con los hombres pecadores, y ayuda también a las almas que están en el infierno. Con el sacrificio litúrgico, el Espíritu Santo transforma gratíficamente el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, y es de provecho especialmente para la salvación de los hombres.
¡El sacrificio del amor ha salvado al mundo! El sacrificio litúrgico es la más grande oblación del amor de Dios para con nosotros, que se nos ofrece cual don. Porque todo lo que se origina en el sacrificio, en el sacrificio y el amor por Cristo, permanece vivo, encendido, puro, y también es vivificador. Así, nada de lo que hagamos en este mundo, si no implica un sacrificio, es decir, si no es hecho con ayuno y oración, con un corazón puro y llenos de amor por Cristo, no resiste, no pervive, no puede salvarse, y no es recompensado por Dios. El sacrificio atesora el misterio de nuestra salvación, por medio de la muerte y la resurrección litúrgica, mística.
(Traducido de: Protosinghelul Ioanichie Bălan, Călăuză ortodoxă în Biserică, volumul I, Editura Sfintei Mănăstiri Sihăstria, 1991, p. 52)