Palabras de espiritualidad

La humildad desmorona los ídolos de las pasiones en nosotros

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¡Cuántas veces presentamos como ofrenda lo que el mundo no quiere recibir de nuestra parte, aquello que apartamos de nosotros mismos! Como dijo el profeta, presentamos sólo “lo enfermo, cojo o ciego” (Malaquías 1, 8).

El Hijo de Dios es el sacrifico ofrecido al hombre. Pero, ¿es el hombre capaz de ofrendarse a Dios? No existe recompensa humana, fuera del sacrificio, que sea digna de Dios. Las oblaciones del Antiguo Testamento, siendo sólo una forma primigenia, fueron abolidas después de cumplir con su propósito; sin embargo, su centro, que consiste en el holocausto interior, la circuncisión del corazón y la humillación espiritual, sí que sigue inmutable.

También nosotros presentamos sacrificios a Dios... ¡pero, cuántas veces estos son sólo el fruto de la boca o el simple gesto de alzar las manos, sin involucrar el corazón! ¡Cuántas veces presentamos nuestro corazón, pero sin frutos y sin pureza! ¡Cuántas veces presentamos como ofrenda lo que el mundo no quiere recibir de nuestra parte, aquello que apartamos de nosotros mismos! Como dijo el profeta, presentamos sólo “lo enfermo, cojo o ciego” (Malaquías 1, 8).

Por eso, conociendo la banalidad de muchos de nuestros “sacrificios”, el salmista nos pide trocar nuestra vacuidad en verdad: “el sacrificio a Dios es un espíritu contrito” (Salmos 50, 18). Cuando clamamos así, los ídolos de nuestras pasiones caen y se desmoronan en nuestro interior, cuando no queda piedra sobre piedra de ese edificio interior que construye en nosotros el apetito del cuerpo, cuando el corazón da testimonio de que todo en nosotros no es sino nada, cuando el Creador, que todo lo hizo de la nada, desde nuestra nimiedad crea un hombre nuevo, sin mancha ni pliegues, renovado en la justicia y la verdad (Efesios 2, 10; 5, 27).

(Traducido de: Sfântul Inochentie al PenzeiViața care duce la Cer, traducere de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2012, pp. 200-201)