La humildad nos emparenta con los ángeles
El amor interior “delata” a aquel que lo posee, porque endulza también al hombre exterior y lo embellece con el don divino, que no se puede ocultar, porque refulge.
El amor interior “delata” a aquel que lo posee, porque endulza también al hombre exterior y lo embellece con el don divino, que no se puede ocultar, porque refulge.
El ángel siempre comparte, como ángel que es, todo lo que tiene: alegría y regocijo celestiales. Por su parte, el demonio, disfrazándose de ángel, reparte agitación y confusión, que es lo que tiene, o irrita un poco el corazón, para engañar al alma con el placer carnal, como si este fuera una cosa espiritual o divina.
El hombre humilde sabe distinguir al ángel del demonio, porque tiene una pureza espiritual que lo hace “emparentarse” con el ángel. Por su parte, el hombre que es egoísta y apegado a lo carnal, además de verse engañado fácilmente por el maligno, también transmite su maldad y sensualidad, contagiando a las almas enfermizas con sus “gérmenes” espirituales.
El hombre de Dios, lleno de carismas, transmite el don divino y transforma a los que viven sólo para las cosas del cuerpo. Entonces, librándolos de la esclavitud del pecado, los acerca a Dios y así es como se salvan.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Epistole, Editura Evanghelismos, pp. 151-152)