Palabras de espiritualidad

La imagen de nuestro confesor

  • Foto: Bogdan Bulgariu

    Foto: Bogdan Bulgariu

Translation and adaptation:

Solo así podremos librarnos de toda oposición diabólica que sentimos a veces hacia nuestro padre espiritual, por su forma de ser o porque no estamos de acuerdo con lo que dice.

Haces de tu padre espiritual un abbá José y medio año después dices que “está loco… ¡ha echado a perder mi vida!” y te vas a otra parte. ¿Acaso no es mejor decir: “este es mi padre espiritual de Copșa Mică (Sibiu), lo amo, le obedezco y quiero permanecer con él como guía hasta el final de mi vida”?

No es bueno caer en idealizaciones absurdas que surgen de nuestra propia euforia: “Pero ¡qué barba tan imponente tiene el padre!”, “¡Qué delgado se ve su rostro!”, “¡Cómo guarda silencio el padre!”, “¡Increíble, lo que me dijo el padre se cumplió al instante!”. No hagamos eso, porque el maligno puede inflarnos de esa manera para luego hacernos polvo, mostrándonos después las debilidades de nuestro confesor. Este es un peligro tanto para el discípulo como para el padre espiritual. Quizá por eso, el padre Selafiel no soportaba que alguien hablara con él como si fuera un hombre carismático, cosa que también se dice de Macario el Grande. Al padre Selafiel tampoco le gustaba dar órdenes, ni siquiera imponer cánones en la confesión; más bien ofrecía consejos, siempre con profunda humildad. El padre Rafael Noica me contó que el padre Sofronio era igual.

De uno de los santos egipcios, creo que de San Sisoes el Grande, se cuenta que un discípulo suyo vino a ponerse bajo obediencia, y el padre le preguntó:
—Dime, hijo, ¿cómo me ves a mí?
—¡Como a un ángel, abbá!

Pasó algún tiempo, y el santo lo llamó de nuevo y le dijo:
—Y ahora, hijo, ¿cómo me ves?
—¡Como a un demonio, abbá!

El niño puede refunfuñar un poco, pero al día siguiente vuelve de todas formas junto a su padre. Así, también nosotros debemos obedecer, sin demasiadas tensiones ni durezas, y sobre todo sin imaginarnos que por eso ya somos grandes cosa o que somos santos. Tenemos que comportarnos con nuestro padre espiritual como lo hace un niño con sus padres, con amor: “¡Me pide mucho, padre!”, “¡Me parece que esto que me manda hacer no es necesariamente provechoso!”. “¡Sí, es útil para ti! ¡Si tenemos amor, todo es bueno!”. Todo esto lo podemos encontrar en el Paterikon, en las hagiografías, etc., y así entendemos nosotros que es. Solo así podremos librarnos de toda oposición diabólica que sentimos a veces hacia nuestro padre espiritual, por su forma de ser o porque no estamos de acuerdo con lo que dice. Lo que tienes que hacer es ir a buscarlo, y decirle: “¡Padre, me cuesta hacer eso que me ordenó!”. ¡Y dejémonos ya de esos infantilismos que nos hacen ponerle cara larga, y al confesor sentirse molesto con nosotros! Eso fue lo que Cristo Mismo nos dijo: “Sed como niños, ¡porque de ellos es el Reino de los Cielos!”-

(Traducido de: Ieromonahul Savatie BaștovoiSinguri în fața libertății, Editura Cathisma, București, 2009, pp. 38-39)