La importancia del hábito de la oración, en un mundo tan separado de Dios
Toda nuestra vida está en manos del demonio, porque todos los gobiernos y todas las leyes tienen esa inclinación. No tienen nada que ver con Dios. Son cosas pura y absolutamente humanas.
Muchos me dicen: “Padre, yo casi no oro. Por la noche sí hago alguna oración corta… pero, en lo que respecta a la mañana, sencillamente no puedo. No tengo tiempo”. Y pienso: las oraciones iniciales, es decir, el “Oh, Rey celestial”, el “Santo Dios, Santo Fuerte…”, “Santísima Trinidad” y el Padre nuestro, llevan unos 3 minutos en ser recitadas. Si le agregamos el Credo, el Salmo 50 y alguna oración a la Madre de Dios, sumamos otros 5 minutos. En total, unos 10 minutos. ¡10 minutos! ¿Quién no tiene 10 minutos para dedícarselos a Dios?
¡Toda tu vida está en manos del maligno! Toda nuestra vida está en manos del demonio, porque todos los gobiernos y todas las leyes tienen esa inclinación. No tienen nada que ver con Dios. Son cosas pura y absolutamente humanas, sin ninguna clase de vínculo con Dios. Podría decirse, incluso, que son cosas diabólicas. Solamente si en ellas se impone la santidad, estarán sirviendo a Dios. Por eso es que le pedimos a Dios que ilumine la mente de nuestros gobernantes, haciéndolos hombres de fe. Esa tendencia diabólica se percibe también a nivel social. Pensemos en un patrón, un empresario. Si es un especulador en los negocios, haga lo que haga, estará trabajando para el demonio, para vivir holgadamente. Y tú tienes que trabajar para ganarte la vida en un mundo regido por los demonios. En ese contexto, la oración de la mañana es el momento en el que te puedes apartar de toda la demonización que hay en el mundo. Le pides a Dios que te proteja en el día respectivo, de toda tentación, de la ira y de los accidentes, porque hoy vives, pero mañana es posible que ya estés muerto.
Sin la ayuda de Dios, es imposible poner el pie derecho frente al pie izquierdo, para dar un simple paso. Por eso es que nuestra oración tiene que ser continua: en la mañana le agradecemos a Dios porque nuestro lecho no se convirtió en nuestro propio sepulcro, por causa de nuestros pecados, y, de noche, le agradecemos por el día que está por terminar.
(Traducido de: Părintele Gheorghe Calciu, Cuvinte vii, ediție îngrijită la Mănăstirea Diaconești, Editura Bonifaciu, 2009, pp. 30-31)