La inconmensurable abnegación de la Virgen
Bendita es entre todas las mujeres, por los siglos de los siglos.
La Santísima Virgen María es un ejemplo de sumisión total e infinita humildad. La “Buena Nueva” que le dio el ángel tendría que haberla llenado de asombro, tratándose de algo inesperado, desconocido, inmenso y estremecedor, en toda su amplitud. Todo eso era nuevo para ella, y era de esperar que el alma sin mancha de la joven Virgen se perturbara o se envaneciera por la excepcional suerte que le había tocado. Pero, en el corazón de la Santísima Madre de Dios no apareció ningún atisbo de turbación ni de orgullo. Se humilló hasta la tierra ante el Todopoderoso, renunciando a sí misma hasta llegar al abandono total, dando una sola respuesta: “He aquí la esclava del Señor, ¡Hágase en mí según tu palabra!”
Muy pocas veces se nos habla de la Santísima Virgen, en toda la vida terrenal del Señor. Después del Nacimiento de Cristo, la vemos solamente cuando Éste, aún adolescente, predica en el templo; luego, en las Bodas de Caná y, finalmente, al pie de la Cruz. La Madre del Señor no se presenta de ninguna forma ante los ojos de los hombres, como si quisiera pasar desapercibida. En cambio, ante Dios, ella está y permanece siempre a la altura de su santo llamado. Bendita es entre todas las mujeres, por los siglos de los siglos. Su callado trabajo en el amor y la abnegación, oculto a los ojos de los hombres, incomprendido por muchos, pero inmenso por su humildad, la mantiene aún hoy ante Dios, muchísimo más allá que cualquier virtud visible, elogiada y aceptada por los hombres.
(Traducido de: Fiecare zi, un dar al lui Dumnezeu: 366 cuvinte de folos pentru toate zilele anului, Editura Sophia, p.108)