Palabras de espiritualidad

La influencia del entorno en el alma del niño

    • Foto: Valentina Birgaoanu

      Foto: Valentina Birgaoanu

Las buenas amistades son de gran ayuda. Dios llenó a los hombres con distintos carismas. Y el hombre, del mismo modo en que es capaz de apreciar las desviaciones de los demás, también puede ver, apreciar e imitar sus virtudes.

Padre, ¿cómo es posible que un joven que ha llevado una vida espiritual correcta y con un alma generosa, llegue a tomar caminos completamente errados?

—No juzguemos, porque hay muchos factores que podrían influir en tal situación. Los chicos que viven de forma “mundana”, en total dejadez, sienten remordimientos cuando ven a otros de su edad llevando una vida de pureza y espiritualidad... precisamente por esto es que intentan desviarlos. Cierta vez, dos chicos avanzaban por el mismo sendero. En un momento dado, uno de ellos tropezó y cayó en una zanja llena de lodo, ensuciándose de pies a cabeza. Cuando logró salir, retomaron su trayecto. Al poco tiempo, el que estaba lleno de fango empujó al otro a una zanja, para que este también se ensuciara; le molestaba sentirse sucio y ver al otro con sus ropas pulcras.

El entorno siempre influye en los niños. Cuando era pequeño, tenía sembrado en mí el amor. Recuerdo que cuando salía de paseo con mis hermanos, ponía a los más grandecitos sobre la mula y al más pequeño me lo llevaba sobre los hombros. Un día, uno de mis hermanos mató a un pajarillo; me enfadé mucho con él y lo reprendí severamente. Después levantamos el avecilla y la enterramos, llorando todos. Yo solía tener muchos amigos de mi edad. Íbamos al bosque, leíamos las vidas de los santos, orábamos y ayunábamos. Përo ocurrió que, en algún momento, sus madres ya no les dejaron acompañarme. “No es bueno tener amigos como él”, les decían, “porque sólo sirven para atormentar a los demás”. Así fue como me dejaron solo. Poco después comenzaron a burlarse de mí, a llamarme “el monje” y a tratar de hacer de mi vida un sufrimiento. Llegó, pues, el momento en el que ya no pude soportar tantas burlas. Me dije: “Empezaré a jugar con los niños más grandes”. Fue así como logré amistarme con otros que eran mayores que yo. En algún sitio hallé unas tiras de caucho, y me fabriqué un tirachinas. Al principio practicaba mi puntería con cualquier objeto. Con el paso del tiempo, me volví muy diestro en el uso de aquel instrumento, utilizando hasta perdigones, cosa que no pasó inadvertida a los demás. Sucedió que una vez alcancé a un pajarillo con uno de mis proyectiles... y al verlo caer espabilé. Tiré el tirachinas y los perdigones a la basura. “Lloraste cuando tu hermano mató aquella avecilla y lo reprendiste... ¡Mira lo que has llegado a hacer tú! Hoy matas pajarillos... más tarde querrás matar otras clases de animalitos”, me dije. Y, en verdad, si hubiera seguido haciéndolo, quizá habría llegado a cazar y hasta desollar animales.

¿Has visto cómo puede llegarse, de la sensibilidad espiritual, a tal nivel de maldad, si no estás atento y te dejas llevar por lo retorcido de las circunstancias? Al contrario, las buenas amistades son de gran ayuda. Dios llenó a los hombres con distintos carismas. Y el hombre, del mismo modo en que es capaz de apreciar las desviaciones de los demás, también puede ver, apreciar e imitar sus virtudes.

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul,  Viaţa de familie IV, Editura Evanghelismos , Bucureşti, 2003, p. 110-111)