La inmensidad del amor de Dios
Dios, revelado a nosotros en Cristo, es el Dios de todos. No es el Dios de una sola nación, de una sola confesión, de alguna denominación, o de algún grupo más o menos extraño. Él es el Creador, el Señor y el Salvador de todos y cada uno de nosotros.
En aquellos años, leyendo en Evangelio, descubrí muchos aspectos fundamentales de nuestra fe, esenciales para la actitud del cristiano ante el mundo y ante Dios. Lo primero que me llamó la atención es que Dios, revelado a nosotros en Cristo, es el Dios de todos. No es el Dios de una sola nación, de una sola confesión, de alguna denominación, o de algún grupo más o menos extraño. Él es el Creador, el Señor y el Salvador de todos y cada uno de nosotros.
En Él descubrí que el mundo entero tiene una cohesión, que el género humano es uno, que las diferencias y divergencias no eran finales y decisivas, porque fuimos y somos amados por Dios sin hacer diferencias, aunque cada uno haya sido llamado a servirle de manera distinta y con una particular profundidad de conocimiento. Pero, mientras más grande es el conocimiento, más grande es la cercanía y más grande es la responsabilidad, en un mundo que ha sido amado tan fuertemente por Dios, que hasta permitió que Su Hijo unigénito muriera para que este pudiera vivir.
(Traducido de: Mitropolitul Antonie de Suroj, Făcând din viață rugăciune, Editura Sofia, p. 38)