La labor del cristiano no es sencilla, pero su recompensa es eterna
Para que no se enfríe en su interior el celo por la oración, el creyente debe mantener la atención dirigida hacia sí mismo, pensando en el estremecedor Día del Juicio.
De todas las cosas que debe cumplir el cristiano, la más difícil es la práctica de la oración incesante. Cuando el creyente apenas está empezando a orar, sus enemigos, los demonios, le atacan para impedir que ore, porque es bien sabido que no hay nada que destruya con tanta facilidad sus ardides y artimañas, como la oración.
Cualquier otra actividad espiritual que inicie el hombre, pronto le ofrecerá consuelo y serenidad. Sin embargo, con la oración no sucede lo mismo. Claro está, el hombre va sintiendo poco a poco su dulzura, pero tiene que luchar, hasta su último aliento, con vigilias, en contra de la acedia, las figuraciones y la frialdad del corazón. Para que no se enfríe en su interior el celo por la oración, el creyente debe mantener la atención dirigida hacia sí mismo, pensando en el estremecedor Día del Juicio, y decir: “¡Ay de mí, que soy un pecador! ¿Cómo me voy a presentar ante el Juicio de Dios? ¿Qué explicaciones o justificaciones daré?”.
(Traducido de: Avva Eustratie Golovanski, Caută și vei afla – Răspunsuri la întrebările creștinilor, Editura Cartea Ortodoxă, 2009, p. 22)