La lección del amor perfecto a Dios
El amor, la oración y el ejemplo personal son mucho más convincentes que cualquier palabra
Un teólogo contemporáneo escribió lo siguiente:
“Si hubiera que salvar algo de este mundo, lo primero no sería el hombre, sino el amor a Dios, porque Él nos amó antes y Su poder nos ayuda a responderle” (Pablo Evdokimov).
La lección del amor pleno a Dios, en cualquier circunstancia de la vida, es la misma que nos enseñara la Madre del Señor. En nuestro impulso podríamos acentuar siempre nuestro deber para con los demás, para con nuestro semejante, aún de forma justificada. Sin embargo, no debemos olvidar el hecho que el hombre se edifica por medio del vínculo vivo y humilde con Aquel que es Eterno, y el amor a Él pasa por nuestro propio semejante. Es el eslabón que no se puede soslayar en el camino hacia Dios. La Madre del Señor nos enseñó que, cuando no podemos decir algo de Dios, seguramente podemos exclamar: “¡Que se haga Tu voluntad, Señor!”.
Una última conclusión se impone: el amor, la oración y el ejemplo personal son mucho más convincentes que cualquier palabra, porque son aspectos que instruyen de mejor forma al hombre. Por amor al Hijo de Dios y a Su Madre, apareció también su invocación en oraciones y frases cortas; luego, su ejemplo de oración (Hechos 2, 42) permaneció en la conciencia colectiva, también como actitud digna de imitar... de hecho, como la única que lleva a la verdad y otorga la perfección. La Madre del Señor es, junto a nuestro Señor Jesucristo, el ícono o imagen (del griego eikon) más accesible para subrayar el modelo de formación (enseñanza y aprendizaje=experiencia) del vínculo con Dios.
(Traducido de: Pr. Adrian Dinu, Fecioara Maria, prototip al vieții duhovnicești, tâlcuire a operei Sfântului Irineu de Lyon, Editura Trinitas, 2008, pp. 185)