Palabras de espiritualidad

La lluvia que no pudo mojar las reliquias de un santo

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Las santas reliquias del Venerable David de Eubea podían terminar dañándose por culpa del agua... habría sido una verdadera profanación.

Una mañana de la primavera de 1955, el stárets Jacobo se hizo la Señal de la Cruz y partió hacia el lugar que actualmente es conocido como “Manantial de Vida”. Le esperaban unas cinco horas de camino. Conocía bien las aldeas circundantes, porque de joven había trabajado en esos lugares como albañil con su padre. Pero, cuando se hallaba a mitad de su trayecto, el clima cambió radicalmente. Ciertamente, había previsto llegar antes de que empezara a llover, pero he aquí que la lluvia amenazaba con presentarse antes de tiempo. Las santas reliquias del Venerable David de Eubea podían terminar dañándose por culpa del agua... habría sido una verdadera profanación. ¿Y cómo podría presentarse empapado ante los fieles, sosteniendo el cofre con las reliquias? La única solución sería buscar alguna casa para cambiarse de ropa y quitarse el mojado hábito. Pero ¿vestirse con otras ropas que no fueran las de monje? Esa habría sido una desgracia completa.

Comenzó a llover. Además, se veía que se aproximaba una densa niebla. Apresuró el paso y abrazó con fuerza el cofre con las reliquias, hablándole a San David con la familiaridad de costumbre. La lluvia arreció... pero él seguía seco. Caminaba rápido y un poco inclinado. A sus costados, la vegetación se agitaba por las ráfagas de viento y la fuerza de la tormenta. Los cielos parecían haberse abierto. Sin embargo, en un radio de más o menos un metro a su alrededor, no caía ni una sola gota de lluvia. Finalmente llegó al pueblo más cercano y entró a la iglesia, ante la admiración de quienes estaban presentes ¿La razón? Tanto él como el cofre con las reliquias del Venerable David estaban completamente secos.

(Traducido de: Stelian Papadopulos, Fericitul stareţ Iacov Ţalikis, stareţul Mănăstirii Cuviosului David, traducere de ieromonah Ştefan Nuțescu, Editura Evanghelismos, Bucureşti, 2004, p. 106)