La locura del orgullo
El hombre que tiene muchas virtudes, pero es orgulloso, se asemeja a una inmensa barca, llena de objetos preciosos, pero que no consigue atracar, hundiéndose en las aguas del mar.
La piedra angular de la vida monacal es la humildad.
Ésta, junto a la obediencia, ayuda a que obtengamos distintas virtudes, sobre todo en lo referente al cuerpo. Sin embargo, si hay una pizca de orgullo, todo lo demás es en vano. Es como arrojar un puñado de billetes al fuego. Mientras están en la bolsa, son importantes, tienen valor. Pero, una vez han caído al fuego, se convierten en hollín, en ceniza, en una pasta inútil. Así, el hombre que tiene muchas virtudes, pero es orgulloso, se asemeja a una inmensa barca, llena de objetos preciosos, pero que no consigue atracar, hundiéndose en las aguas del mar. Tan grande y dañino es el vicio del orgullo y así de grande es también la redentora humildad. “Pero en quien fijo realmente mis ojos es en el humilde y en el corazón arrepentido, que se estremece por mi palabra” (Isaías 66: 2), dice el Señor.
(Traducido de: Filocalia de la Optina, traducere de Cristea Florentina, Editura Egumenița, Galați, 2009, p. 128)