La mansedumbre
Para practicar la mansedumbre, la mayoría de veces la persona deberá callar cuando quiera hablar y hablar cuando quisiera callar; asimismo, deberá ceder cuando quisiera defenderse u oponerse.
La humildad es la brillante virtud que se opone, exitosamente, a la ira: controlándola, calmándola y transformándola, del pecado, en una buena obra. Ciertamente, la docilidad modera los movimientos de la ira, llenando el alma de sentimientos pacíficos, vaciando el corazón de todo odio, tratando al semejante con humanidad y bondad, y elminando la severidad de nuestras palabras. Pero, para practicar la mansedumbre, la mayoría de veces la persona deberá callar cuando quiera hablar y hablar cuando quisiera callar; asimismo, deberá ceder cuando quisiera defenderse u oponerse. “Felices los mansos”, dice el Señor, “porque heredarán la tierra” (Lucas 23, 25).
(Traducido de: Protosinghel Nicodim Măndiță, Oglinda duhovnicească Vol. 6, Editura Agapis, București, 1999, p. 504)