La mejor época para presentarle nuestra ofrenda a Dios
Por eso es que exhortamos a los niños a que ayunen, a los adolescentes, a los chicos y las chicas, a los matrimonios jóvenes… pero no a los ancianos.
Casi sin darnos cuenta, llega un tiempo en el cual ya no podemos hacer los mismos sacrificios de antes. Aparecen la debilidad del cuerpo y las enfermedades; nos duele la cintura, nos duelen las rodillas o los tobillos, no podemos movernos de nuestro lecho, o apenas logramos atravesar la puerta de nuestra casa, mucho menos asistir todo el tiempo a la iglesia. Llega ese tiempo en el que sientes que ya no tienes nada que ofrecerle a Dios.
Tristemente, esa época de nuestra vida, la vejez —que es más libre, en lo que al tiempo disponible se refiere—, es un período complicado, en lo que concierne a nuestras fuerzas físicas. Por eso es que exhortamos a los niños a que ayunen, a los adolescentes, a los chicos y las chicas, a los matrimonios jóvenes… pero no a los ancianos.
Quienes han alcanzado ya una edad, quienes han trabajado toda su vida y padecen por causa de su debilidad—algunos de ellos, habiendo enfrentado largos períodos de hambre y privación—. no tienen la obligación de ayunar. ¿Por qué? Porque ya lo hicieron cuando eran niños, cuando eran jóvenes, cuando estaban recién casados.
No tienen que ayunar más, porque ya le presentaron a Dios la harina de su juventud. ¿Que no lo hicieron? Entonces, sí pueden tratar de ayunar. Si no presentaron su harina cuando debían y podían, pueden intentar hacerlo ahora; eso sí, según sus posibilidades.
(Traducido de: Părintele Nicolae Tănase, Să nu-L răstignim iarăși pe Hristos, Editura Agaton, Făgăraș, 2011, p. 131)