La mente durante la oración
Los Santos Padres dicen que debemos concentrarnos solamente en cuatro cosas, cuando nos disponemos a orar. No se trata de pensarlas, sino de tener conciencia de ellas en la mente: la muerte, el Juicio de Dios, el Paraíso y el infierno.
Cuando me dirijo al Señor, me siento un poco confuso. Siento como si Dios fuera una persona. Tengo ese sentimiento de que Él es como un ser, pero sin algún rasgo preciso, sin eso que sabemos de Él. Pero, a la vez, me asusta que tal sentimiento pueda tratarse de un engaño del maligno, imaginándome algo que no es, de hecho, Dios...
—Cuando ores, debes estar muy atento a las palabras que pronuncies. ¡Debes concentrarte completamente! La mente es capaz de imaginarse cualquier cosa. ¡Con nuestros pensamientos nos podemos formar cualquier imagen! Y, entonces, pareciera que algo se nos manifiesta, y creemos en todo lo que se nos está mostrando. ¡No! Lo que ocurre es que estamos completamente dispersos, perdidos. Por eso, los Santos Padres dicen que debemos concentrarnos solamente en cuatro cosas, cuando nos disponemos a orar. No se trata de pensarlas, sino de tener conciencia de ellas en la mente: la muerte, el Juicio de Dios, el Paraíso y el infierno.
La muerte. Que cada uno piense en su propia muerte, que cada uno tenga mantenga ante los ojos el fin de su vida, que cada uno sea consciente de que esta vida es muy corta. La vida se termina pronto, la vejez viene con la velocidad de un rayo. A mí me parece como si ayer hubiera finalizado la Segunda Guerra Mundial... ¡y ya pasaron cuarenta años! Sí... cuarenta años, toda una vida. ¡Qué rápidamente se va la vida! Luego, pensar en esto es tener conciencia de la propia muerte. Así, que cada uno de nosotros piense constantemente en ello.
El Juicio. Pensar en el Juicio de Dios significa tener la conciencia de que tendremos que responder por nuestra vida. Nosotros, como seres pensantes, daremos cuentas de cómo utilizamos la fuerza de nuestro interior, una fuerza divina, porque nuestra vida no se mueve por sí misma, sino que nos fue otorgada. ¿Acaso hemos contribuido al estado de caos? Por eso, debemos esforzarnos sin cesar en tener pensamientos serenos, tranquilos, buenos: pensamientos divinos. En esto consiste pensar en la muerte, en el Juicio, en el Paraíso y en el infierno.
No tengamos pensamientos, sino más bien la conciencia de todo lo mencionado, hasta que se grabe en nuestro interior. Podemos pensar incluso la mitad del día, hasta alcanzar dicha conciencia... lo importante es tenerla en nuestro interior. Así pues, ¡a pensar en la muerte, en el Juicio, en el Paraíso y en el infierno! Y debemos estar atentos a nuestras palabras: qué es lo que pedimos, por qué estamos orando, qué pronunciamos. ¡Pongamos toda nuestra atención en ello!
Dios se nos muestra solamente cuando es estrictamente necesario, porque, si se nos revelara algo del mundo divino, somos débiles y no podríamos entender de qué se trata (si proviene de algún espíritu impuro o no). Se nos “calentaría la cabeza” y, listo, ¡nuestra alma estaría perdida! Los Santos Padres oraban para no tener ninguna visión, ninguna revelación. Cuando el alma necesite en verdad ser consolada, cuando no recibamos alivio por parte de nuestros semejantes, el Señor vendrá y nos consolará. Pero, nos dará ese alivio cuando sea completamente necesario, cuando no haya nadie que nos ayude.
(Traducido de: Stareţul Tadei de la Mănăstirea Vitovniţa, Pace şi bucurie în Duhul Sfânt, Editura Predania, Bucureşti, 2010, p. 48-49)