La mente y el cuerpo deben saber mantenerse en presencia de Dios
La conciencia se despierta solamente cuando está ligada a Dios. Cuando este vínculo deja de funcionar, es que entre el mismo corazón y Dios se ha interpuesto algún pensamiento que le separa de Él, como un muro altísimo que oscurece la mente.
Que la mente no deambule quién sabe dónde, mientras el cuerpo está en un solo lugar. El cuerpo es más pesado, ciertamente. A veces, permanece en el mismo sitio por mucho tiempo, mientras que la mente divaga y se pierde sin descanso. La mente tiene que aprender del cuerpo a estar inmóvil cuando es necesario. Sí, por supuesto, la mente tiene que permanecer con el pensamiento dirigido a Dios. Si erra por toda clase de pensamientos, estos se interponen entre ella y Dios.
Pero las palabras: “en donde está el cuerpo, ahí tiene que estar también la mente” tienen también otro significado. Que la mente no se olvide del cuerpo, sino que la conciencia permanezca atenta a cada situación en la que se encuentra el cuerpo. Porque, solamente por medio de la conciencia, la vida del hombre se halla vinculada a Dios. A su vez, la conciencia se despierta solamente cuando está ligada a Dios. Cuando este vínculo deja de funcionar, es que entre el mismo corazón y Dios se ha interpuesto algún pensamiento que le separa de Él, como un muro altísimo que oscurece la mente. Cuando tal pensamiento se apodere de la mente, esperemos que suceda sólo por un momento, porque detenerse en él constituye un consentimiento que en el Juicio Final será contado como un hecho consumado.
Tenemos que saber que el hombre avanza hacia el pecado por medio de cuatro niveles: el ataque (es decir, la aparición de un pensamiento tentador en la mente), el diálogo con el pensamiento, el consentimiento y el hecho. Contra estos estadios del pecado tenemos que luchar con la invocación del nombre de Jesús, que mantiene a la conciencia despierta. Finalmente, la mente también se protege de los pensamientos vanos con el simple hecho de no pensar en todas las cosas que quiere pedirle a Dios con la oración, sino que pide únicamente Su piedad. Este no es tanto un pensamiento preciso, delimitado, sino un estado existencial del alma. Cuando se pide cosas concretas, la mente es capaz de reducirse a ellas. Pidiendo la clemencia divina, pide todo, pero de una forma general, no de un modo preciso. Con esto se cumple la petición de que la mente salga de los límites que le causan los pensamientos definidos, cuando quiere experimentar al Dios Infinito.
(Traducido de. Alexandru Prelipcean, Spiritualitate creștină și rigoare științifică: notele de subsol ale filocaliei românești, vol. II, Editura Doxologia, 2013, pp. 59-60)