Palabras de espiritualidad

La Natividad de Cristo, el sentido de nuestra vida. Carta pastoral del Metropolitano Teófano

    • Foto: Constantin Comici

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Por todo lo bueno, bello y el auxilio divino recibido, repitamos con todo el corazón: “¡Gloria a Ti, Señor Jesucristo, por todas Tus bondades, rebosantes sobre nosotros y sobre el mundo!”.

† TEÓFANO

Por la Gracia de Dios, Arzobispo de Iaşi y Metropolitano de Moldova y Bucovina.

Amados párrocos, piadosos moradores de los santos monasterios y pueblo ortodoxo de Dios, del Arzobispado de Iaşi: gracia, alegría, perdón y auxilio del Dios glorificado en Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Amados hermanos sacerdotes,

Venerable comunidad monástica,

Cristianos ortodoxos,

Con gran alegría espiritual y esperanza en la misericordia y auxilio de Dios, me dirijo a ustedes en este santo día de celebración. Es la gran Fiesta de la Natividad de Cristo. Con temor y estremecimiento, con fe y amor, nos presentamos ante el misterio, profundo y enaltecedor, de la Encarnación del Hijo de Dios. Para esto contamos con la ayuda de las palabras de las Divinas Escrituras, de los Santos Padres y de los cánticos que la Iglesia eleva al Cielo y dirige a nuestros corazones en estos días. Los villancicos y la atmósfera de celebración crean un estado interior propicio para acercarnos a Dios. En estos días festivos nos abrimos más a la meditación sobre el sentido de nuestra vida y la de nuestros seres queridos, así como sobre el sentido de la Iglesia y el mundo.

Constatamos, en nosotros y en la vida de nuestros semejantes, una sed de amor y perdón, una imperiosa hambre de verdad y justicia. En algunas personas, ese estado de sed y hambre es vivido profunda y dolorosamente. Otros no son tan conscientes de ello. Sin embargo, todos buscan una respuesta, aún en formas y con intensidades diferentes.

Ante los hombres sedientos y hambrientos de una vida verdadera, viene Cristo y nos dice: “Yo soy el pan de vida. El que venga a Mí, no tendrá hambre, y el que crea en Mí, no tendrá nunca sed[1]. A los que están llenos de preocupaciones, carencias y agobiados por el peso de la vida, Cristo los llama hacia Sí: “Venid a Mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados y Yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros Mi yugo, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas.”[2]. A los que se hallan en estado de confusión y caos, en extravíos y entre dudas de toda clase, Cristo tiene una palabra reveladora: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida[3]. “Yo soy la Luz del mundo”[4], les dice Cristo a los que se hallan rodeados por las distintas formas de oscuridad: la incredulidad, los pecados graves, la auto-justificación, los aires de superioridad, etc. La fuerza liberadora y protectora de Cristo rompe también las cadenas de la esclavitud y de las dependencias de toda clase: “Si permanecéis en Mi palabra [...] conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”[5]. Y, “si el Hijo os hace libres, libres seréis en verdad[6].

Amados fieles,

Para todo hombre, en cualquier circunstancia, siempre y en todo lugar, Cristo lo es todo. Él es la medida de todas las cosas, el sólido cimiento de todo lo que existe, el criterio de la perfección en todo. ¿Por qué? Porque Cristo no sólo es el Hijo de la Virgen María, nacido, como hombre, en Belén, sino que también es el Hijo de Dios, “Dios verdadero de Dios verdadero”[7].

Las palabras de Cristo, Su vida y Sus actos, no son los de un hombre cualquiera, así fuera el más grande de todos los que han vivido en la tierra. Son las palabras y hechos de Dios hecho hombre. En este sentido, la obra y la palabra de Cristo constituyen la única fuente de verdad en un mundo que propaga la mentira de diversas maneras, la única fuerza de vida en un mundo inundado por la cultura de la muerte, la única senda segura entre tantas confluencias de caminos que no llevan a ninguna parte.

En la gran Fiesta de la Natividad del Señor, debemos dar testimonio de que Cristo, nacido en Belén, es Hombre verdadero y Dios verdadero. Por amor, compasión y perdón a los hombres, Dios Padre envió a Su Hijo al mundo, para que los hombres pudieran encontrar de nuevo el camino a la vida verdadera. “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo único, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna[8] Dios asumió la forma del hombre, se hizo hombre, para conocer a la humanidad, para buscar a los hombres, para llamarlos a Él, para mostrarles el camino, para sanarlos y librarlos de temor a la muerte. “Desde lo alto ha venido nuestro Salvador, el Amanecer de los amaneceres”, exclama el cántico de la Iglesia, “y los que estaban en la oscuridad y los que se hallaban en las tinieblas conocieron la verdad: que de la Virgen había nacido el Señor”[9].

Amados hijos e hijas de la Iglesia de Cristo,

Han pasado dos mil años desde el acontecimiento histórico de la Natividad de Cristo el Salvador, desde Su Crucifixión, Muerte y Resurrección. Cuando estamos por finalizar este 2018, es necesario preguntarnos si durante el año que termina supimos mantenernos en relación con Cristo y cuánto nos alejamos de Él. Por todo lo bueno, bello y el auxilio divino recibido, repitamos con todo el corazón: “¡Gloria a Ti, Señor Jesucristo, por todas Tus bondades, rebosantes sobre nosotros y sobre el mundo!”. Del mismo modo, agradezcámosle por todo el favor otorgado al pueblo rumano hace 100 años, cuando los rumanos y las regiones rumanas expoliadas volvieron a casa. Con humildad, pidámosle perdón a Cristo-Dios por nuestra dejadez, por nuestra falta de oración y de perdón, por nuestra carencia de amor y por todas las demás formas de maldad y de pecado que nos han oscurecido la vida durante el año que ahora cerramos.

Con espíritu de esperanza, nos acercamos al Nuevo Año, el 2019. El año que viene se cumplen tres décadas de los grandes cambios ocurridos en diciembre de 1989. Esperamos tener la fuerza necesaria para reconocer lo bueno y lo malo de este período, y para estar atentos a lo que ha de venir. De hecho, este período, como cualquier otro, se mide con el prisma de nuestra cercanía o distancia de Dios, por la práctica o no de los valores del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.

Ahora, en la festividad de la Natividad del Señor y del paso de un año a otro, le pido a Dios que nos guarde bajo Su misericordioso amparo. Retomando las palabras del Santo Apóstol Pablo, también yo les exhorto: “Que seáis fortalecidos por la acción de Su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor [...], conozcáis el amor de Cristo, que excede todo conocimiento”[10], “que lleguéis al pleno conocimiento de Su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios”[11]. Ante todo, “que permanezcáis sólidamente cimentados en la fe, firmes e inconmovibles en la esperanza del Evangelio”[12] de nuestro Señor Jesucristo.

Con todo el corazón, les deseo a todos y cada uno: ¡Una santa y hermosa Fiesta de la Natividad de Cristo!

Su hermano y padre en el servicio a la Iglesia,

† Teófano

Metropolitano de Moldova y Bucovina

 

Notas bibliográficas

1.  Juan 6, 35.

2.  Mateo 11, 28-29.

3.  Juan 14, 6.

4.  Juan 8, 12.

5.  Juan 8, 31-32.

6.  Juan 8, 36.

7.  Símbolo de la Fe, art. 2.

8.  Juan 3, 16.

9. “Exapostilario” de los Maitines de la Natividad del Señor, en la Menaia del mes de diciembre, Editura Institutului Biblic şi de Misiune al Bisericii Ortodoxe Române, Bucarest, 2005, p. 446.

10.  Efesios 3, 16-17, 19.

11.  Colosenses 1, 9-10.

12.  Colosenses 1, 23.