Palabras de espiritualidad

La necesidad de ser pacientes ante las ofensas

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Si alguien viene y me elogia, lo que debo hacer es preguntarle a mi conciencia si es bueno ser encomiado. Entonces veremos que no necesitamos de ningún elogio, porque la conciencia es la voz de Dios.

Vino a buscarme un monje, y me advirtió: “Padre, R. anda hablando mal de usted, diciendo un montón de cosas...”. Yo le respondí, con serenidad: “Hermano, todo lo que se diga sobre mí se queda corto en comparación con todas mis faltas y defectos. ¡Si R. viniera a verme, le contaría cosas peores de mí!”. Entonces aquel monje fue a ver a dicha persona y le dijo: “¡Mira, hermano, el padre Proclu dice que no lo has difamado como debías!”. Desde aquel momento, R. renunció a sus murmuraciones.

Dice un Santo Padre: “Cuando veas que el demonio te acecha por todas partes, recuerda que el única arma que tienes al alcance y que te ayudará a librarte de tu enemigo, es justamente la Oración del Corazón”.

Hermano, alégrate cuando los demás te acometan, porque esa prueba es pan comido. ¡Lo complicado es cuando el mismísimo maligno te acomete, personalmente! ¡Entonces sí que deberás demostrar de qué estás hecho! Las tentaciones que vienen por medio de los demás son sencillas, fáciles de superar. Las tentaciones que te envía el mismo demonio sí que son difíciles de vencer.

Un padre espiritual decía: “Hermano, si alguna vez te viene la idea de ofender a alguien, repítete: '¡Mañana lo haré!'. ¡Esperemos, por Dios, al menos hasta mañana!”.

Los grandes filósofos y Padres de la antigüedad, si recibían alguna ofensa, callaban. Así es como se humillaban, convencidos de ser los más pecadores del mundo. Sigamos, pues, su ejemplo, porque si somos pacientes, ganamos. Sin paciencia, el hombre se encamina a su propio perjuicio. Si alguien viene y me elogia, lo que debo hacer es preguntarle a mi conciencia si es bueno ser encomiado. Entonces veremos que no necesitamos de ningún elogio, porque la conciencia es la voz de Dios.

(Traducido de: Părintele Proclu Nicău, Lupta pentru smerenie şi pocăinţă, Editura Agaton, Braşov, 2010, pp. 60-61)