Palabras de espiritualidad

La oración en la Confesión

  • Foto: Stefan Cojocariu

    Foto: Stefan Cojocariu

Translation and adaptation:

Es normal avergonzarnos cuando descubrimos nuestras heridas, pero debemos sobrepasar ese sentimiento

No debemos sentir verguenza, o mejor dicho, debemos vencer la verguenza que nos provoca el pecado y darlo a conocer. Cuando descubrimos nuestras heridas interiores a nuestro padre espiritual, mostrémonos, pensemos y comportémonos cual si fuéramos malhechores. San Juan Climaco nos exhorta:

“Cuando te confieses, haz de cuenta que eres un criminal y como tal pórtate, con tus gestos, con tu apariencia y tu mente. Mantén la mirada en el suelo y, si puedes, lava con tus lágrimas los pies de tu juez y médico, como si se tratara de los de Cristo”.

A continuación, el mismo Santo nos relata que ha encontrado grandes pecadores que, manifestando una actitud de profunda humildad, confesaron sus pecados entre tantas lágrimas y con tanta desesperación, que lograron ablandar la justa severidad de su confesor:

"He visto pecadores que, con una confesión llena de congoja y humildad, han logrado mitigar la severidad del juez, transformando su enojo en misericordia”.

Es, entonces, normal avergonzarnos cuando descubrimos nuestras heridas, pero debemos sobrepasar ese sentimiento. “No escondas tu verguenza por no provocar un problema”, decía San Juan Climaco. Luego, para convencernos del poder de sanación de nuestro médico espiritual, nos relata un suceso para explicarse mejor:

“Un diligente monje, atormentado por el demonio de la blasfemia, durante veinte años se castigó el cuerpo con ayuno y vigilia. Pero cuando sintió que todo eso era en vano, escribió su problema en un papel, y se lo dio a un anciano santo, frente al cual se postró hasta el suelo, sin atreverse a levantar la mirada. Después de leer el papel, el anciano sonrió y, levantando al monje —que permanecía humillado en el suelo— le dijo: «Hermano, pon tu mano en mi nuca» . Después que el monje hiciera lo que se le pidió, el anciano agregó: «Has dejado sobre mi nuca ese pecado que cometiste en el pasado y que seguramente volverás a cometer, con una sola condición: que ya no le pongas atención». Y luego el monje se confesó con tal devoción, que saliendo de la celda del anciano, aquella mala inclinación desapareció. El que tuvo tal experiencia fue el mismo que me lo contó a mí, agradeciéndole al Señor”.

Este relato demuestra que la confesión no es algo propiamente humano, sino que ella obra por medio del poder de Dios, que ayuda al alma con Su gracia. Ni el ayuno, ni las vigilias sirven de nada, si no son acompañados de la confesión.

(Traducido de: Mitropolit Hierotheos Vlachos, Psihoterapia ortodoxă: știința sfinților părinți, traducere de Irina Luminița Niculescu, Editura Învierea, Arhiepiscopia Timișoarei, 1998, pp. 318-319)



 

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