La oración es la primera forma de la sanación
Dios espera que aprendas de Su bondad. ¿Acaso no te asusta enfadarle, apartándote del propósito que Él te dio?
“Tú que eres bueno y bienhechor, enséñame Tus preceptos” (Salmos 118, 68). Así fue como oró el profeta David y así es como debes orar tú también, hermano mío, pidiéndole a Dios con todo el corazón, porque la oración es el primer camino hacia la curación de la fe y esperanza vacías, que hasta ahora he condenado. ¡Qué bueno eres, Señor! ¡Tú eres la bondad misma, enséñame Tu clemencia y a respetar Tus preceptos! ¡Enséñame Tus preceptos, por Tu bondad!
Siendo bueno contigo, esto es lo que te pide el Señor, esperando que te acerques a confesarte, para que tus pecados sean perdonados. Él espera que aprendas de Su bondad. ¿Acaso no te asusta enfadarle, apartándote del propósito que Dios te dio? ¿Por qué quieres ser tan necio ante Dios, cuando Él es tan bueno y manso contigo? “¿Acaso es correcto retribuir el bien con el mal?” (Jeremías). ¿Así le agradeces por Sus bondades? ¿Acaso te aprovechas de Su bondad y de la Gracia de la Confesión, utilizándolas como instrumentos de tus pecados, con tal de blasfemarle?
Elige lo uno o lo otro, tú, pecador, si es que no crees que entre el amor de Dios y el mal hay una desarmonía total. Lo que sucede es que no crees en Dios como deberías, es decir, no crees para Dios. Si, con todo, creyeras como es debido, desearías que Su bondad te ayudara a no pecar en contra Suya. Pero no haces sino armarte contra Él, para que Su misericordia y Su justicia luchen entre sí.
Por eso, hermano, pídele siempre al Señor que saque de tu corazón esa esperanza engañosa y pérfida, de la cual se ha dicho: “Puse mis esperanzas en unos que eran mentirosos y quienes, sin duda, no son ejemplo de perseverancia. Con esa mentira nos cubriremos e intentaremos protegernos de la tormenta” (Isaías). Que Dios te ilumine con Su Gracia, para que puedas entender que esa esperanza es solamente una ilusión y una trampa del demonio. Con ella engañó a los padres de la humanidad, Adán y Eva, y sigue engañando a incontables e infelices pecadores, a quienes arrastra al infierno. Para librarte de ella, dile al Señor las palabras de David: “¡Líbrame de la trampa que me han tendido!” (Salmos 140, 9).
(Traducido de: Sfântul Nicodim Aghioritul, Despre metanie – pocăință, Editura Panaghia, pp. 14-15)