La oración incesante hacia Dios
Nada puede sobrevivir lejos de Dios. Él es Todopoderoso y nada puede abarcarlo, porque “en Él vivimos, nos movemos y existimos”.
El aire que alimenta la vida espiritual es el recuerdo incesante de Dios. El hombre debe entenderlo, para no olvidar a su Creador ni siquiera un instante de su vida.
Dios está en todas partes y nosotros estamos siempre en Él, no fuera de Él, así como algunos creen equivocadamente. Nada puede sobrevivir lejos de Dios. Él es Todopoderoso y nada puede abarcarlo, porque “en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17, 28). Pero, aunque nosotros estemos siempre en Dios, Él no siempre está en nosotros. Debido al libre albedrío que Él nos otorgó y a la libertad de hacer nuestra propia voluntad, tenemos esa facultad —inaudita— de cerrar nuestros corazones a nuestro propio Creador. Y así es como, estando en Dios, Dios no está en nosotros, por culpa nuestra. Somos como piedras en el agua, sumergidos en esa inmensidad que nos rodea, pero duros e inaccesibles por dentro. Si queremos que Dios esté en nosotros y nosotros en Él, debemos, por medio del arrepentimiento, devenir, de piedras, en delicadas setas.
Las setas están en el agua y el agua está en ellas. El recuerdo permanente de Dios nos hará blandos como setas y dóciles a la gracia de Dios. Pero, ¿cómo podemos recordar sin cesar a Dios, en medio de nuestras innumerables responsabilidades terrenales y del ruido diario? Cuando trabajamos o cuando oramos, podemos detenernos a pensar en cosas indebidas, ¿cómo no podríamos pensar en Dios? Sólo tenemos que cambiar el objetivo de nuestros pensamientos.
San Juan Casiano dice:
“La actividad de nuestra mente es semejante a la piedra de un molino, que se mueve enérgica y circularmente, impulsada por el flujo impetuoso del agua. No puede dejar de moverse, porque el agua le empuja incesantemente. Pero del molinero depende qué es lo que tritura la piedra del molino, si trigo o cizaña. De igual manera, nuestra mente no puede permanecer ociosa ante el movimiento de los pensamientos, porque continuamente es puesta en acción por los torrentes de impresiones e ideas que le inundan por todos lados. Pero depende sólo de nuestra voluntad y de nuestro deseo qué es lo que recibimos de todo eso, y con qué nos quedamos”.
¡Recordemos al Santo Apóstol Pablo! Hiciera lo que hiciera, siempre estaba vinculado a Dios. Él alcanzó ese nivel, porque su pensamiento siempre estaba sólo en las cosas divinas, no en las terrenales. (Colosenses 3, 2). Hasta cuando comía o bebía, siempre deseaba hacerlo todo para gloria de Dios, (I Corintios 10, 31) especialmente la oración, sobre la cual dijo: “¡Oren sin cesar!” (I Tesalonicenses. :15, 7)
(Arhimandritul Serafim Alexiev, Viața duhovnicească a creștinului ortodox, Editura Predania, București, 2010, pp. 24-25)