La oración no es una norma, sino una necesidad
San Teófano el Recluso recomendaba a los padres no obligar a sus hijos a recitar oraciones escritas, porque lo mejor es que aprendan a exclamar, con el corazón, “¡Ayúdame, Señor!”, “¡Te agradezco, Señor!”, “¡Gloria a Ti, Señor!”, cada vez que piensen en Dios.
Hay muchas familias creyentes que educan a sus hijos en una devoción exagerada, obligando a los niños a estar de pie horas enteras al leer diversos “himos acatistos” y “paráclesis”. Sin embargo, muchas veces sucede que, cuando esos niños llegan a la adolescencia, comienzan a alejarse de la iglesia. San Teófano el Recluso, un gran asceta, regañaba a los padres que actuaban así. El les recomendaba no obligar a los hijos a recitar oraciones escritas, porque lo mejor es que aprendan a exclamar, con el corazón, “¡Ayúdame, Señor!”, “¡Te agradezco, Señor!”, “¡Gloria a Ti, Señor!”, cada vez que piensen en Dios. Esto, precisamente para no aburrirlos con la oración, porque ésta no debe ser una norma, sino una necesidad.
(Traducido de: Ierodiacon Savatie Bastovoi, În căutarea aproapelui pierdut, Editura Marineasa, Timișoara, 2002, pp. 58-59)