La oración que nos ayuda a evidenciar nuestras pasiones
Al orar luchamos contra todas esas figuraciones, pasiones y preocupaciones, para poder invocar el Nombre de Cristo con una mente pura.
El propósito principal es que nuestra mente se mantenga unida al corazón. Esta conjunción entre la mente y el corazón es el mismísimo lugar de la oración.
En términos prácticos, a menudo nos apartamos un poco y oramos sin hablar, en el sitio del corazón. Al principio es recomendable unir la oración al ritmo de la respiración. ¿Cómo? Al inhalar el aire, debemos decir: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios”, y al exhalarlo: “¡Ten piedad de mí!”. En ese momento debemos concentrar toda nuestra atención en el Nombre de Cristo y en las palabras “ten piedad de mí”. No permitamos que se inmiscuya cualquier otro pensamiento. Puede que, al comienzo, esta acción, simple en apariencia, resulte muy difícil de practicar: en vez de llenarnos de paz, lo que hacemos es luchar. Sin embargo, poco a poco, nos iremos acostumbrando a estar atentos al lugar más elevado del corazón. Y, sin darnos cuenta, nos habituaremos a orar de esa manera.
Cuando empezamos a invocar el Nombre de Cristo, una gran cantidad de pensamientos vienen a nosotros y nos atacan. Si detenemos la oración, esos pensamientos se desvanecen. Ciertamente, esto podría terminar confundiéndonos. Pero lo que pasa es que la oración hace que salgan a flote las pasiones que hay en nuestro interior. Esos ataques nso revelan el contenido de nuestro ser. Luego, al orar luchamos contra todas esas figuraciones, pasiones y preocupaciones, para poder invocar el Nombre de Cristo con una mente pura.
(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Din viață și din Duh, Editura Reîntregirea, Alba Iulia, 2014, p. 56)