La posición social es pasajera; la humanidad tiene valor eterno
El que gobierna es hombre también, igual que los demás: es el mismo polvo y ceniza, como todos. El que dirige no es mejor en nada que los que gobierna, en nada es más grande que los que están bajo su mando, más allá de la temporal honra de su posición. Por eso, que el honor y la honra que recibes por mandar sobre otros no sea causa de vanidad u orgullo para ti, sino de humildad.
No seas orgulloso, aunque hayas alcanzado una posición de mando, para que tus subordinados no aprendan de tu vanidad, porque así como son los que dirigen, así suelen ser también sus subalternos.
El más grande de todos los hombres y más alto que toda criatura, Dios nuestro Señor, te demostró la imagen de la humildad en Sí Mismo. Él, tomando un recipiente con agua y una toalla, lavó los pies de sus discípulos (Juan 13, 5); asemejándose a un siervo, se humilló, sirviendo hasta la muerte y una muerte de Cruz (Filipenses 2, 7-8), para que nosotros, viéndolo de tal forma, nos humllemos también y evitemos envanecernos por cualquiera de las cosas de este mundo. Todo eso se quedará aquí, todo se convertirá en polvo y ceniza, mientras que tú, solo, irás allí donde en nada importa tu función, grado, honra y grandeza, allí en donde todos recibiremos la recompensa por nuestros actos.
No te enaltezcas por tu pasajera honra. No te envanezcas tampoco por el honor de tu función, porque todo es pasajero. Tu autoridad no puede cambiarte, así como los más grandes no podrían cambiar la humanidad. El que gobierna es hombre también, igual que los demás: es el mismo polvo y ceniza, como todos. El que dirige no es mejor en nada que los que gobierna, en nada es más grande que los que están bajo su mando, más allá de la temporal honra de su posición. Por eso, que el honor y la honra que recibes por mandar sobre otros no sea causa de vanidad u orgullo para ti, sino de humildad.: “Mientrás más grande seas, más has de humillarte, para obtener la gracia del Señor” (Eclesiástico 3, 18). Tal honra te ha sido dada temporalmente, para que guíes a los demás y no para que te enaltezcas y te vanaglories. Se trata de una simple autoridad humana. Así pues, ¿de qué puede enorgullecerse el que tiene mando sobre otros? Todo en este mundo cambia y lo que ahora es, en cualquier momento dejará de ser.
(Traducido de: Sfântul Dimitrie al Rostovului, Alfabetul duhovnicesc, Editura Sophia, București, 2007, pp. 70-71)