La recompensa de la lucha contra los pensamientos
Si una persona que tiene el temor de Dios hace todo para apartar esa lucha y mitigar sus pasiones, matando los malos pensamientos como si fueran fieras salvajes, sin darles tregua alguna, gozará de la más pura y profunda paz.
Ni los escitas, ni los tracios, ni los sármatas, ni los indios, ni otros pueblos salvajes son capaces de luchar tan encarnizadamente, como un pensamiento de pecado que se inmiscuye en el alma, o un ávido deseo, o la codicia, o la sed de poder, o la búsqueda viciosa de las cosas del mundo. ¿Por qué? Porque los guerreros de esos pueblos atacan desde afuera, en tanto que las pasiones nos asaltan desde nuestro interior.
Pero lo más importante es ver que la maldad que hay en nuestro interior es peor, y que puede provocarnos la muerte, representando un peligro mucho mayor que lo que viene desde fuera. Porque también los gusanos que carcomen por dentro la madera la destruyen más rápidamente, y las enfermedades que provienen de nuestro interior destruyen las fuerzas del cuerpo y nuestra salud, con mayor rapidez e intensidad que lo que viene de fuera. También las grandes ciudades quedan en ruinas, no necesariamente por acción de sus senemigos exteriores, como por las luchas civiles que brotan en su seno.
Lo mismo pasa con el alma: no tanto los ataques exteriores, como las enfermedades surgidas en su interior son lo que más le afecta. Si una persona que tiene el temor de Dios hace todo para apartar esa lucha y mitigar sus pasiones, matando los malos pensamientos como si fueran fieras salvajes, sin darles tregua alguna, gozará de la más pura y profunda paz, Cuando Cristo vino, repartió esa paz. Es la misma que Pablo deseaba para cada uno de sus fieles, al desearles: “¡Que la Gracia y la paz de Dios, vuestro Padre, sean con vosotros!”. El que tenga esa paz no solo no les temerá a los hombres o a sus enemigos, sino que ni siquiera le temerá al maligno mismo. Al contrario, se reirá de todas las huestes del infierno y será más valiente que todos los demás hombres, viéndose libre de la peor pobreza, de la enfermedad y la debilidad, y sintiéndose ajeno a cualquier aflicción que pudiera sobrevenirle, ya que su alma, sana y fuerte, estará revestida con el poder de soportar todos esos ataques con facilidad.
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Omilii la psalmi, Editura Doxologia, Iași, 2011, p. 54)