Palabras de espiritualidad

“La Resurrección de Cristo, salvación de la humanidad” (Carta pastoral, 2022. Metropolitano Teófano)

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

A más almas llenas de Resurrección, menos muerte en el mundo. A más hombres de la Resurrección, más partes del mundo libres de la oscuridad e inundadas por la luz. Que la verdadera alegría, misma que brota del poder de la Cruz, llegue hasta quienes sufren cerca de nosotros y también a quienes están lejos, ofreciéndoles un poco de consuelo, un rayo de esperanza y las fuerzas necesarias para seguir adelante.

† TEÓFANO

Por la Gracia de Dios, Arzobispo de Iaşi y Metropolitano de Moldova y Bucovina.

Amados párrocos, piadosos moradores de los santos monasterios y pueblo ortodoxo de Dios, del Arzobispado de Iaşi:

Gracia, alegría, perdón y auxilio del Dios glorificado en Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados,

a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación

y envíe a Aquel que os había sido anunciado,

a Jesucristo.

(Hechos 3, 19-20)

 

Amados hijos e hijas de la Iglesia de Cristo,

¡CRISTO HA RESUCITADO!

Poco tiempo después de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, el Santo Apóstol Pedro exhortaba a los hombres al arrepentimiento, instándolos a volver a Dios para que vinieran tiempos de consuelo para el mundo entero.

La Fiesta de la Resurrección del Señor, que hoy celebramos, nos ofrece el gozo de la victoria de Cristo sobre la muerte. Si bien este año dicha alegría viene acompañada de la preocupación por la guerra que tiene lugar en las proximidades de nuestro país, viene también con la esperanza del advenimiento de tiempos mejores. Nuestra atención se mantiene dirigida a aquellos que hoy libran una lucha fratricida, a quienes sufren, a quienes gobiernan el mundo, alimentando en nuestras almas la esperanza de que se llegue a un acuerdo y la paz vuelva a su lugar. En este contexto, muchos nos preguntamos: ¿Qué puedo hacer yo ante esta situación? ¿Cómo puedo implicarme? ¿Tengo alguna responsabilidad en el desencadenamiento de esta ola de mal?

El primer pensamiento nos lleva, seguramente, a los refugiados que podemos ayudar. Y es justo agradecer a todos aquellos que han abierto su corazón y su hogar a las personas que provienen de la zona de conflicto. Al mismo tiempo, la oración se ha incrementado y, con esto, nuestro estado de cristianos ha demostrado ser uno que da testimonio.

A esto hay que agregar un aspecto muy importante: la necesidad de asumir, por medio de la contrición, nuestra responsabilidad por todo lo que está ocurriendo en esta guera y en todas las tragedias que hoy en día sufre el mundo. El arrepentimiento, ese volver a Dios, es la forma más profunda de honrar la Resurrección del Señor y nuestra más real contribución para la paz del mundo.

Cristianos ortodoxos,

La realidad de la Resurreción de Cristo constituye el fundamento de nuestra fe: “Si Cristo no ha resucitado, vana es [...] vuestra fe, dice el Apóstol Pablo [1]. Hallándose en el centro de la vida, la Resurección del Señor ilumina, profundiza y tiene influencia sobre todo lo que existe: “Hoy todo se ha llenado de luz”, dice el cántico litúrgico, “los cielos, la tierra y todo lo que hay debajo de esta” [2]. A su vez, San Juan Crisóstomo exclama, en esta noche santa: “Que nadie le tema a la muerte, porque la muerte del Señor nos ha librado a todos [...] Cristo ha resucitado y la vida ha prevalecido” [3]. Las tinieblas del mundo, los conflictos entre hombres y pueblos, y toda la oscuridad desatada tienen como causa el rechazo a la Resurrección, el distanciamiento de este acontecimiento o de la fe puramente formal en la Resurrección.

En verdad, la mayoría de las veces asumimos la Resurrección de Cristo como un suceso meramente histórico, que tuvo lugar en Jerusalén hace dos mil años, pero sin un vínculo directo con nosotros mismos, con nuestra vida. Por eso, la Fiesta de la Santa Pascua es apreciada solamente como una forma de honrar dicho acontecimiento. Más allá de esta actitud —de cierta manera, benigna, pero incompleta—, sumamos la alegría de las reuniones familiares y con los amigos, la comida, los paseos al aire libre y, tal vez, alguna ayuda para los necesitados.

Ante semejante concepto de la Resurrección, no es difícil entender por qué hay tanta división, tanto conflicto entre hermanos. Por supuesto, quienes gobiernan las naciones tienen un rol muy importante en todo lo que sucede en el mundo, pero también nosotros, los cristianos, tenemos nuestra propia responsabilidad en esto. Y no es precisamente una responsabilidad menor.

Por esta razón, es necesario que en este santo día de la Pascua nos apartemos un poco de la agitación de la vida oradinaria y escuchemos la voz de Dios en la Escritura, en las palabras de los Santos Padres y en la oración de la Iglesia, hablándonos del poder de la Resurrección.

“¡Basta ya; sabed que Yo soy Dios!” [4]. Dios nos llama a conocerlo a Él y a “la fuerza de Su resurrección” [5]. Cristo no resucitó para Sí mismo, sino para nosotros; resucitó para que también nosotros fuéramos capaces de alcanzar nuestra propia resurrección. Su Resurrección es poder, es energía, es realidad que penetra en la composición espiritual y física de aquellos que arden en su corazón [6] de fe, esperanza y amor al Señor.

La contrición y los Sacramentos de la Iglesia constituyen la puerta y el camino [7] por los que la vida de Dios y la fuerza de la Resurrección de Cristo se convierten en nuestra vida y en la energía de nuestra propia resurrección.

Amados fieles,

Hoy, más que nunca, la humanidad de necesita de hombres que rebosen de arrepentimiento, de hombres que comulguen con la vida de Dios por medio de los Sacramentos de la Iglesia, de “hijos de la Resurrección” [8]. “El arrepentimiento es la puerta que nos saca de la oscuridad y nos lleva a la luz”, dice San Simeón el Nuevo Teólogo [9]. El arrepentimiento es mucho más que el pesar por los pecados cometidos, aunque también esto es importante. El arrepentimiento es volver con nuestra mente y nuestro completo ser al Dios Vivo, a Quien descubrimos en la vida conforme al Evangelio, en la Eucaristía, en la capacidad de sacrificarnos. El arrepentimiento es poner a un lado la brújula de nuestra mente, guiada siempre por la sabiduría de este mundo [10], y adoptar “el pensamiento” [11] de Cristo para que sea nuestra única guía, “el Camino, la Verdad y la Vida” [12].  

Es el tiempo de volver a casa, a la casa del Padre. Es absolutamente urgente volver a poner el Evangelio en el centro de nuestra vida. Encender en nosotros el fuego abrasador de la añoranza, el dolor y la espera en el Dios Vivo, representa una humilde pero decisiva contribución para el equilibrio de la situación del mundo.

La fuerza de ese volver a Dios no radica en nosotros, en el simple esfuerzo de nuestra propia voluntad. La recibimos en el misterio de la Encarnación, la Crucifixión, la Resurrección y la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo, así como en el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo. Por medio de los Sacramentos de la Iglesia, recibimos la fuerza de Dios, para volver a Él. De Aquel que “yació en una cueva, en el pesebre de los animales”, dice San Juan Crisóstomo, recibimos el poder de recibir a Cristo en “el pesebre de nuestra ignominiosa alma y en nuestro   cuerpo corrupto” [13]. Con “la Cruz, los clavos, la lanza y la muerte” de nuestro Señor Jesucristo “mueren las pasiones carnales que pervierten nuestra alma”. “El entierro” de Cristo es el poder que recibimos para “sepultar nuestras opiniones maliciosas con apariencia de buenos pensamientos” y “disipar los espíritus impuros”. Con “la Resurrección acaecida al tercer día”, de nuestro Señor Jesucristo, también nosotros, “quienes hemos caído en el pecado”, somos alzados al estado de almas resucitadas. El misterio de la “Ascensión al cielo” del Dios-Hombre, Jesucristo, porta en sí mismo, con “la comunión con los Santos Misterios”, la realidad de nuestro emplazamiento “a la diestra, entre los salvados”. “El descenso del Espíritu Consolador” nos da las fuerzas para poder transformarnos en “vasos puros”, en “morada para el advenimiento” del Espíritu Santo [14]. 

Amados hermanos y hermanas en Cristo, el Señor,

Nuestro regreso a Dios, por medio del arrepentimiento, nuestra inserción en la realidad de la Resurrección de Cristo, que deviene en la fuerza de la resurrección de nuestras almas, constituye nuestra participación en la paz y el equilibrio del mundo. Un hombre con el alma resucitada le puede ofrecer al mundo entero fuerzas y luz. “De sus entrañas brotarán ríos de agua viva” [15], dice Cristo. El agua viva, es decir, el Espíritu Santo, se irradia al mundo desde un alma como esa, como si fuera un río que fluye para hidratar las áreas más secas del mundo. Y mientras más crece el número de aquellos cuya alma ha resucitado, mientras más crece la intensidad de su vida interior, en esa misma medida el mundo encuentra su equilibrio y su armonía. A más almas llenas de Resurrección, menos muerte en el mundo. A más hombres de la Resurrección, más partes del mundo libres de la oscuridad e inundadas por la luz.

En la noche de gracia y bendición de la Santa Pascua, elevamos nuestra mente y nuestro corazón a Dios, pidiéndole que tenga piedad de nosotros, nos perdone nuestros graves pecados y nos conceda la fuerza de volver a Él. Que nuestras plegarias a Dios comprendan también a todos aquellos que sufren por causa de la tristeza y la desesperanza, a las viudas y los huérfanos, a los que están lejos de su hogar. Que nuestro corazón se ensanche [16] y abrace a todos, amigos o enemigos, a nuestros connacionales y también a los forasteros.

Así pues, acerquémonos a Dios. Que Él sea nuestro consuelo en el sufrimiento, y una fuente de paciencia y tesón en la lucha de la vida. Con Dios, por medio Suyo y junto con Él, también nosotros vencemos a la muerte, el pecado y el mal que hay en nosotros y en el mundo.

Que la luz de la Resurrección de Cristo alcance las profundidades más recónditas de nuestro ser, apartando la oscuridad y ayudándonos a llegar puerto seguro.

Que el gozo de la Santa Pascua abarque más y más corazones y almas. Que la verdadera alegría, misma que brota del poder de la Cruz, llegue hasta quienes sufren cerca de nosotros y también a quienes están lejos, ofreciéndoles un poco de consuelo, un rayo de esperanza y las fuerzas necesarias para seguir adelante.

Dejando estos pensamientos en los corazones de todos y cada uno de ustedes, los abrazo con el amor de Cristo, para juntos exclamar:

¡Cristo resucitó de entre los muertos,

pisoteando a la muerte con la muerte,

dando vida a los que estaban en el sepulcro!

 

Orando a Dios por ustedes,

† TEÓFANO

Metropolitano de Moldova y Bucovina

 

[1] I Corintios 15, 14.

[2] Verso II del III canto del Canon de la Resurrección. Penticostar, Editura Institutului Biblic şi de Misiune al Bisericii Ortodoxe Române, Bucarest, 1999, p. 16.

[3] “Cuvânt de învăţătură” ⁅Prédica⁆, Maitines de la Resurrección, Penticostar, p. 25.

[4] Salmos 45, 10.

[5] Filipenses 3, 10.

[6] cfr. Lucas 24, 32.

[7] cfr. Panayotis Nellas, Omul – animal îndumnezeit. Perspective pentru o antropologie ortodoxă, ⁅El hombre, animal deificado. Perspectivas para una antropología ortodoxa⁆ studiu introductiv şi traducere de diac. Ioan I. Ică jr., Ed. Deisis, Sibiu, 42009, p. 157.

[8] Lucas 20, 36.

[9] San Simeón el Nuevo Teólogo, Cateheze. Scrieri II, studiu introductiv şi traducere de diac. Ioan I. Ică jr., Ed. Deisis, Sibiu, 22003, p. 293.

[10] I Corintios 1, 20.

[11] I Corintios 2, 16.

[12] Juan 14, 6.

[13] Segunda oración del Canon de la Santa Comunión (de San Juan Crisóstomo).

[14] Tercera oración del Canon de la Santa Comunión (de San Simeón Metafrastos).

[15] Juan 7, 38.

[16] cfr. II Corintios 6, 13.