La vanidad, una verdadera tragedia para el hombre
La vanagloria es el resultado de la caída. Hasta antes de caer en pecado, los primeros hombres, en el Paraíso, no conocían el orgullo ni la vanagloria.
La vanagloria no hace distinción de linaje o clase social. Tal como la enfermedad puede tocar a cualquiera, también la vanagloria puede anidarse en cualquier persona. Los hombres más poderosos hallan en la materia un motivo para caer en la vanidad. Pero es que también los simples mortales saben encontrar en sí mismos algo de qué jactarse. Blaise Pascal, con su profundidad de pensamiento, expresaba así esta idea: “La vanidad está tan profundamente enraizada en el corazón del hombre, que tanto el soldado como el sirviente, al igual que el cocinero y el estibador se ensalzan por algo, y cada uno quisiera tener sus propios admiradores. También los filósofos quieren tener admiradores. Incluso quienes escriben en contra de dicho fenómeno quieren obtener alguna fama, por haber escrito tan bien. Y quienes los leen también quieren engrandecerse, justamente por haberlos leído. Hasta yo mismo, quien escribe estas líneas, tal vez estoy alimentando tal anhelo. Y también quienes están leyendo lo que escribo…”. En la ironía de Pascal podemos entrever su dolor frente a la trágica situación del hombre caído en pecado. En verdad, la vanagloria es el resultado de la caída. Hasta antes de caer en pecado, los primeros hombres, en el Paraíso, no conocían el orgullo ni la vanagloria. Mientras el hombre fue digno de esa felicidad, no buscó la honra de nadie, porque toda la gloria se la ofrecía a su Creador. Pero, cuando pecó, empezó a pretender que los demás le encomiaran.
(Traducido de: Arhimandrit Serafim Alexiev, Despre mândrie şi smerenie, Editura Sofia, p. 36)