La vela, expresión visible del alma
En la natural llama de la vela vemos, de hecho, la Luz de Cristo, Quien nos exhorta bellamente con estas palabras: “Yo soy la Luz del mundo; quien me siga no caminará entre tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida” (Juan 8, 12).
En la natural llama de la vela vemos, de hecho, la Luz de Cristo, Quien nos exhorta bellamente con estas palabras: “Yo soy la Luz del mundo; quien me siga no caminará entre tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida” (Juan 8, 12). La vela es la expresión visible de nuestra alma, porque refleja lo que debería vivir en nuestro interior: la Luz de Cristo. Nuestra efímera lucha en este mundo, con todas sus tentaciones y pruebas, tiene como propósito nuestro mismo fortalecimiento espiritual y la investidura de nuestra alma con la luz de las virtudes y de una vida de acuerdo a la voluntad y mandamientos de Dios.
La simbología de la luz del alma nos es explicada claramente en la parábola de las diez vírgenes, al preparar sus lámparas para recibir al novio en la medianoche (Mateo 25, 1-13). Al mismo tiempo, David confiesa que “El Señor es mi luz y mi salvación” (Salmos 26, 1).
Los Santos Padres nos explican que la vela, además de irradiar la luz del alma que la porta, demuestra también la fe en Dios; nos recuerda, asimismo, lo que es nuestra vida terrenal, que arde y se extingue inevitablemente. El beato Jerónimo dice: “Los cirios encendidos nos dan a entender que los santos (cristianos) murieron envueltos en la luz de la fe y ahora brillan en la luz de la gloria, en la patria celestial” (Obispo Calínico de Botosani, “Las santificaciones, obra del Espíritu Santo”).
Por todas estas razones, es importante que en los hogares cristianos haya siempre una vela encendida, no sólo para demostrar, por un lado, la belleza interior del alma en la que mora el Espíritu Santo, sino también para guiar a los demás al Reino de Cristo.
“¡Vengan y reciban la luz!”, nos llama el sacerdote en la gran festividad de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Recibimos una luz tabórica, la Luz de Cristo y nos convertimos, así, en hijos de la Luz y colaboradores del Logos, Quien es “el Camino, la Verdad y la Vida”. (Codrin Constantin Iliescu)