La venganza, victoria del maligno sobre nosotros
¡Perdona a tu prójimo, si quieres que Cristo te perdone a ti! De lo contrario, ¿qué perdón esperas recibir, si tú mismo no eres capaz de la más mínima indulgencia?
«Respetado y amado hermano I.B.,
Han llegado a mis oídos tus quejas en contra de F.L., quien te ofendió con sus palabras. Y que a dicho hermano le queda poco tiempo de vida. Además, me he enterado de que F.L. te mandó un emisario para pedirte perdón. Pero, ¡en vez de perdonarle, lo que tú quieres es vengarte de su hijo!
Si todo esto es cierto, te pido que me escuches con atención. Y, ante todo, haz lo que voy a decirte:
1. Recuerda siempre que la venganza es la primera victoria del demonio sobre nosotros. El maligno no se alegra tanto, como cuando un alma alimenta en su interior el mal. Porque el rencoroso no podría recibir ningún perdón por parte de Dios, ya que tampoco él es capaz de perdonar. Esto es lo que Cristo nos enseñó: “Si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6, 15). ¿Y cómo podrías pedirle a Dios, diciendo, “perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”, si tú mismo no eres capaz de perdonar?
Nuestro hermano y nosotros somos exactamente lo mismo. ¿Nos insultó? ¿Nos ofendió con sus palabras? ¿Pero qué somos nosotros? ¡Gusanos, arcilla, ceniza! ¿Cuántas veces enfadamos a nuestro Creador, a Dios, ante Quien las fuerzas celestiales se presentan con estremecimiento y temor? ¿Y qué perdón esperamos recibir por parte de Dios, cuando no somos capaces de perdonar a nuestros semejantes? ¿Pecamos los unos contra los otros? Estamos obligados a perdonarnos los unos a los otros. Lee el capítulo XVIII del Evangelio según San Mateo. ¡Las palabras finales de ese texto son una terrible advertencia para los que no perdonan a sus hermanos!
2. ¡No olvides que también tú morirás! ¿Cuándo? No lo sabes. ¡Talvez hoy mismo! ¡O mañana! ¿Qué sucederá contigo si la muerte te encuentra lleno de maldad? F.L. demostró suficiente humildad, y con esto reparó el error cometido, pidiéndote perdón. Él hizo lo que tenía que hacer. ¿Qué más quieres? ¡Ahora es tu turno de perdonarle! Si no lo haces, morirás con ese deber incumplido. Entonces, ¿qué piedad podrás recibir por parte de Dios? ¿Y por qué su hijo habría de ser culpable ante ti? Si le estuvieras pidiendo que te pagara alguna deuda económica, sí que tendría que pagarte con su herencia los deberes contraídos por su padre. Sin embargo, lo que hizo el padre fue ofenderte. ¿Qué quieres que haga el hijo? ¿Fue cómplice de su padre? ¿O él fue quien le enseñó a su padre a insultar? ¡¿Es posible esto?!
¡Por favor, deja ya esa idea de venganza! ¡Perdónale a tu hermano su falta! ¡Ten cuidado, no sea que mueras lleno de deudas! ¡Así, reconcíliate también con el hijo, en el Nombre de Dios!
Todo esto ocurre por causa del demonio, que tanto perturba a las personas, incitándolas al pecado de la enemistad. Desprecia ese espíritu maligno que te quiere llevar a la venganza. Mejor obedece a Cristo, nuestro Señor, Creador del mundo, Quien le pidió al Padre Celestial aún por aquellos que le crucificaban. Cristo nos ordena. “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os odien” (Lucas 6, 27). ¡Perdona a tu prójimo, si quieres que Cristo te perdone a ti! De lo contrario, ¿qué perdón esperas recibir, si tú mismo no eres capaz de la más mínima indulgencia?
Y verás que el hijo de aquella persona vendrá y te pedirá perdón. ¡Y quienes les conocen a ambos se alegrarán por esa reconciliación! ¡Tus mismos subordinados te amarán! ¡Tus vecinos te felicitarán! Solamente el maligno se entristecerá, porque el amor cristiano le quema. Si actúas así, te harás agradable ante Cristo, el Hijo de Dios, el Dios de la paz. También yo, tu indigno consejero, te quedaré agradecido, y te recordaré para siempre en mis oraciones. ¡Sólo hazlo! En primer lugar, por tu propio bien, para que puedas recibir la misericordia de Dios. Luego, por el bien de tu semejante, quien vino a buscarte con humildad. Finalmente, para darme una alegría, cumpliendo con mi deseo. Espero que nuestro Clementísimo Dios, que es dador de paz, te ablande el corazón...
Todo esto te lo escribo desde el deber que tengo contigo. Te envío, además, un ícono de nuestro Señor. con estas palabras: “En el nombre de Cristo”, Quien es maravilloso con los ángeles, peregrino con los apóstoles, mártires, jerarcas y monjes, y manso para con nosotros, los pecadores. Porque en Él podemos poner nuestras esperanzas. Deja de recordar el mal sufrido. Cuando lo consigas, házmelo saber. Me harás un bien muy grande.
Todas estas pobres palabras mías serán para mí como un testigo, pero para ti un acusador el Día de Juicio de Cristo. Y si alguien te aconsejara lo opuesto, ignóralo. Porque sus palabras vendrán de astuto. Lee el Santo Evangelio y lo constatarás.
Tikón, humilde e indigno Obispo de Voronezh.
4 de diciembre de 1764, Voronezh».